Foto y texto: Tony Solis
Cerciorarme de dejar las llaves del gas cerradas al menos 6 veces, una y otra vez, con fuerza. Manía que no me abandonó durante más de 5 años. Una vez que sentí que esta necesidad compulsiva ya no era suficientemente reconfortante, pasé a otras un poco más sofisticadas: comer la misma cosa por días, chasquear los dedos en números nones en cierto número de repeticiones, repetir las palabras por cierto número de veces, etcétera. Estos vergonzosos rituales eran incontrolables y su dominio se encontró más allá de mi voluntad desde mi infancia hasta mi adolescencia tardía.
Mi buen amigo Lalo Landa (al que conozco desde que tengo uso de razón) tenía una de las rutina más peculiares: cada noche dormía con un zapato de cada miembro de su familia bajo su cama, él tenía 12 años de edad. Debido a su desagradable brote de pubertad esta rutina le abochornaba, le preocupaba que alguien fuera a enterarse.
Al mismo tiempo que le provocaba repulsión le producía también, cierto alivio y satisfacción. Trataba de mantenerlo tan secreto como fuera posible. Llegada la hora de dormir, esperaba 30 minutos o más para cerciorarse de que todos estuviesen ya dormidos, después, recolectaba un zapato de cada miembro familiar y lo colocaba bajo su cama. Media hora antes de que todos despertaran, iba y colocaba nuevamente los zapatos en su lugar original.
El tener los zapatos bajo su cama le proveía de protección y seguridad, de no hacerlo era como dejar la puerta abierta para un sinfín de posibles eventos desafortunados.
Luego, vino el insomnio, ese que nos hace ver caras y escuchar voces pasados dos días de no dormir. De eso, mi amigo Lalo y yo podemos hablar como expertos en el tema.
Años después, vendrían las primeras manifestaciones que en su momento no identifiqué. Descubrí que escenas de películas, canciones o sueños me provocaban angustia, angustia que después se convertiría en ansiedad, y posteriormente en ataques de pánico.
Entendí un poco más de este tipo de problemas cuando vi las películas de Paul Thomas Anderson. Julianne Moore y Heather Graham (Boogie Nights) dieron una demostración monumental de la ansiedad causada por problemas personales mezclados con cocaína. O la escena en donde Julianne Moore (Magnolia) es juzgada en la farmacia por los dependientes porque lleva consigo una receta cargada de drogas fuertes. Son personajes en gran medida tristes y patéticos pero que a fin de cuentas nos recuerdan la fragilidad humana, tan deleble que con cualquier acontecimiento traumático, puede cambiar totalmente el rumbo de una vida.
A esa imprudente imaginaria nube negra le gusta posarse sobre muchos de mis amigos últimamente, lo sorprendente es que cada vez ataca a mis amigos más jóvenes. Personas normales y famosos sufren por igual este tipo de problemas, aunque tal vez en distinta medida. Estoy seguro que a veces, o casi siempre, estos estados son necesarios para seguir hacia el siguiente nivel, y que con suerte e inteligencia nos llevarán a madurar un poco. Como dice la canción, “With a Little help from my friends”.