Carta Editorial
Ha pasado un tiempo desde que mi anterior revista se dejó de imprimir, tres años
para ser exacto. Esta publicación tuvo, curiosamente, el mismo lapso de vida.
Durante este receso emocional, visto desde una actual perspectiva, las cosas y
acontecimientos sucedían de una manera más tranquila, menos emocional y
ligeramente más madura. Estuve pensando mucho en aquella escena de HER,
una de las películas que más me vibró en el 2013, donde el protagonista le dice a
su amante virtual (app) que tiene miedo de que lo nuevo que venga sólo sea una
versión minimizada de lo ya vivido. De alguna forma acepté la idea, la cual
disminuye la emoción hacia lo nuevo pero te da un poquito de sabiduría. Dejé de
atormentarme por envejecer y dejé también de preocuparme por pertenecer a
cierto grupo de creativos y profesionales, ya que después del temblor de
septiembre, todo eso, junto con mis antiguos anhelos, comenzó a parecer ridículoy superficial.
Me di cuenta, esta vez de verdad, que en el afán de buscar la corrección
política pretenden hacernos a todos bellos y jóvenes. Los conceptos de vejez y
juventud están directamente relacionados con lo malo y lo bueno,
respectivamente. “La juventud está en la actitud” o “la vejez es un estado
emocional” y, pues, no. La juventud dura apenas unos años y pasamos la mayor
parte de nuestras vidas (si tenemos suerte) siendo viejos. Esa horrible obsesión
que tenemos con la juventud de intercambiar gente como si fueran barajitas de
colección, no nos permite ver que no tiene nada de malo ser viejo, tampoco feo, ni
moreno, ni blanco, ni chaparro. Como decía, en este afán de ser perfecto y bueno
con todo mundo, se le está otorgando mucho más valor a la belleza y a la juventud
del que son merecedoras, haciéndonos pensar que todos somos bellos a nuestra
manera y jóvenes sólo por nuestra actitud: ser bello no es tan importante, ser
joven es sólo una corta etapa de nuestras vidas.
En este momento, ligeramente más viejo de lo que estaba hace tres o seis
años, logré vislumbrar en medio de una conversación con un amigo escritor, una
pequeña rendija por la cuál debía asomarme, un guiño coqueto, nuevas ganas de
cuestionarme y nuevas ganas de tener ganas. Todo lo que parecía ya no tener
ningún sentido lo recuperó, y me di cuenta que sin darme cuenta, jamás quité el
dedo del renglón. Después de esta siesta reconfortante, y al mismo tiempo
inquietante, la batería está cargada, los cuadernos llenos de apuntes y nuestras
ganas de regresar a hacer de México un lugar mejor están a tope. Somos los
mismos, los aferrados que aman el olor a tinta fresca sobre papel, sólo que con un
nombre diferente y más años encima. ¡Muchas gracias a los que están y a los que se fueron!
¡Salud!
Tony Solis