Por: Prett Rentería
Reconocerse a uno mismo en los demás sucede más a menudo de lo que podríamos pensar. Y es muy probable que se deba a características de la personalidad que compartimos con los otros; afinidades, disgustos y hasta defectos. ¿Qué tan a menudo sucede que nos identifiquemos con sujetos del género opuesto?, ¿el género es relevante al momento de proyectar nuestra interioridad en otro individuo? Para Guillermo Martín Bermejo (Madrid, 1971), no lo es.
El artista español ha trabajado con el retrato en papel desde hace un par de años, y ha expuesto en España, Alemania, Nueva York y Latinoamérica. Usualmente, sus retratos son todo menos una copia fiel del rostro, sino más bien alegorías del mismo, como él recalca. Incluso abandona lo figurativo para recurrir a los “relatos” de sus retratados, a sus historias e inquietudes personales. Es por lo cual podemos pensar que más allá de hacer ilustraciones, Bermejo captura la esencia de los sujetos para plasmarla en el papel, creando su propia versión de distintos personajes.
Esta ocasión, dedica una serie de doce dibujos a mujeres insignes en la historia, como Simone de Beauvoir (1908-1986), Alejandra Pizarnik (1936-1972) y Murasaki Shikibu (c. 978- c. 1014). Algo interesante de esta nueva colección se encuentra en la manera en que Bermejo eligió qué mujeres dibujar, ya que nos cuenta que, primero, invitó a doce mujeres importantes en su vida y carrera profesional para ser retratadas; segundo, ellas nombraron a otras féminas a quienes el artista debía homenajear con el lápiz. Tal elección no fue al azar, ya que existe un reconocimiento entre sus colegas y estos personajes ilustres y, para él, este vínculo es crucial al momento de retratar a cada mujer. Sin embargo, estos retratos nos invitan a pensar en los lazos que fortalecen ese sentimiento de identidad con el otro (en este caso, con la otra), eso que algunos llaman “otredad”: concepto que trasciende géneros, fronteras y brechas históricas.
El artista decidió titular esta serie Ella nombra, en honor a cierto recuerdo infantil compartido con su madre, a la cual escribió el siguiente poema:
Ella nombra/ y le miran las montañas.
Mirando silenciosa, ella creó el tiempo.
Ella me acunaba en sus brazos/ y me enseñó la fuerza y la fragilidad.
Ella me nombró las cosas pequeñas/ y me previno de las inconmensurables.
Ella no es río, es laguna/, nunca me dejará abandonado.
Ella nombra/ las estrellas y las plantas/, los versos y las canciones/, los colores y las texturas.
Está en los silencios/ que suenan cada mañana.