Hace varios años, cientos de mujeres comenzaron a luchar por la equidad de género; fungiendo como antecedente para lo que hoy es el día internacional de la mujer.
Hace algunos otros, Gabrielle Chanel le ponía pantalones al día a día de las mujeres, eliminaba el corsé -y cualquier otro elemento que las constriñera-, abriendo el camino hacia un futuro en el que cada una sería libre de elegir tanto el largo de su falda, como el de su cabello.
Unos cuantos más atrás, Mary Phelp Jacob patentaba la invención del brassiere, brindando libertad y comodidad a todas aquellas que se atrevían a probarlo.
Desde siempre, la moda ha sido una herramienta de comunicación, un termómetro social, una evidencia del momento: desde unos Golden Globes con asistentes vistiendo de negro para expresar su postura en contra del acoso y otros signos del machismo, hasta Dior, Mango y Stradivarius lanzando playeras con mensajes feministas.
En contraste con lo anterior, también la moda ha sido una de las ramas más criticadas, colocándola como responsable de cosificar al género femenino: desde un Tom Ford usando a una mujer de prop para promocionar un perfume, Terry Richardson… siendo Terry Richardson e incluso el desfile de Victoria’s Secret.
Por otro lado, también se le atribuye a ciertas prendas el tipo de mujer que es quien las usa: faldas al tobillo introducen al grupo de las aburridas/recatadas y vestidos muy pegados automáticamente la colocarán en el contrario… ni se diga del brassiere: lo que antes fue sinónimo de libertad, hoy es utilizado como signo de protesta contra el patriarcado -pfff-.
Dejando de un lado el drama, somos seres mayormente visuales: no podemos pretender que alguien nos juzgue por lo que hay en nuestro interior -ja-, cuando lo primero que se ve es lo de afuera; es nuestro primer mensaje, la síntesis de nuestra personalidad… pero aún así, lo que se ve no es únicamente ropa. La ropa es tela, una funda… la moda es actitudinal, un conjunto de elementos que comunican ‘algo’, no sólo en las marcas, sino en nosotros mismos. No somos lo que usamos, sino cómo lo usamos: no hay prenda que sea implícitamente vulgar, pero puede ayudar y potenciar una actitud vulgar, provocando que el resultando recaiga en la persona completa… y como lo primero que se ve es la ropa, le atribuimos el sentimiento a ésta.