Por Cristina Sandoval
27 de agosto, 2019
Entre las antiguas casas y departamentos de la colonia Santa María de la Rivera, se ubica una puerta con el número 255, detrás ella, una estrecha escalera nos conduce al estudio del artista Luis Felipe Ortega. Luis, amablemente nos recibe en su biblioteca, en donde los estantes de metal albergan un gran número de libros de literatura y arte, al sentarnos, lo primero que vemos asomarse es un libro de ilustraciones de Daniel Johnston, uno de los santos patronos de Y-NOT Magazine.
Luis Felipe Ortega (1961), con formación en literatura por la UNAM, ha destacado desde los años noventa por su amplia producción artística, con múltiples exposiciones individuales y colectivas a nivel nacional e internacional; su trabajo lo ha llevado a participar en diversas bienales, cabe destacar su participación en el pabellón de México en la Bienal de Venecia del 2015. Para entender las obras de Luis Felipe, así como su proceso creativo, es importante señalar sus estudios en letras. Amante de Samuel Becket y obsesionado con Truman Capote, Ortega da saltos entre distintos medios artísticos para poder materializar sus ideas nacidas a partir de la literatura. Al hablarnos sobre su formación académica, nos cuenta sobre uno de sus mayores retos al momento de incursionar en el mundo de las artes plásticas; dejar en segundo plano la intelectualidad y concentrarse en lo más esencial, lo matérico.
Al observar la trayectoria de Ortega es fácil reconocer los múltiples saltos que dan sus obras en cuanto a medios se trata. Empezando por el inicio de su carrera artística en los años noventa. Sus primeros trabajos eran obras de carácter audiovisual, en donde, junto a amigos artistas como Daniel Guzmán y Abraham Cruz Villegas, se realizaron y grabaron acciones como: Ortega siendo alimentado de sopa por Guzmán, u Ortega durmiendo en uno de los rincones favorito de los teporochos de su barrio, o el artista intentando tirar la monumental bola del parque de la Bola con una cuerda. La intención principal se basaba en la pregunta: ¿cómo convertir situaciones ordinarias en situaciones extraordinarias?
El proceso creativo de Ortega ha variado tanto con el paso de los años que cada una de sus piezas puede considerarse como única. Algunas de sus obras van desde la documentación, como el proyecto en donde el artista decidió internarse en el Amazonas partiendo de una sola regla: el artista sólo sabía de qué punto al otro iría, pero no el tiempo que tardaría el viaje.
Asimismo, el artista, a partir de múltiples soportes, busca jugar con la noción del tiempo y en especial la emoción. Un ejemplo de ello es su pieza titulada “La verdad habita en el fondo del túnel”. Dentro de esta pieza conformada por un túnel de diez metros de largo, se encuentra un punto de luz al final, sin embargo, hay vidrios esparcidos en todo el camino. El espectador al adentrarse en el túnel sólo podrá ver aquel punto de luz entre la oscuridad y escuchará el crujir de los vidrios al pisarlos. Al momento de llegar al punto que no conduce a nada, el espectador girará y a su regreso verá proyectado un centenar de rayos proyectados por los vidrios y la luz de la entrada del túnel.
El arte, para Ortega, se convierte en tan sólo un vehículo para llegar a lo más profundo del espectador. Sin importar el cruce entre disciplinas, desde la fotografía, el video, la acción, la experimentación sonora, el dibujo o la gráfica, el trabajo de Ortega pasa por muchos procesos, por muchas capas, no obstante, como bien señala Ortega:
“En el fondo el arte no consiste en el tema, es una plataforma para que sucedan cosas […] El arte es una gran herramienta de problematización, no para construir respuestas, sino construir preguntas, o en el mejor de los casos construir respuestas temporales”.
Agradecemos a Luis Felipe Ortega por haber compartido parte de su trabajo y experiencias con nosotros.