Por Prett Rentería
21 de agosto, 2019
Parecer ser que algo se ha perdido en la digitalización de la fotografía, pues, durante el proceso de revelado, se podía elegir qué fotografías imprimir y dejar los negativos como parte de un archivo enorme de imágenes en potencia que tal vez un día saldrían a la luz. Las capturas espontáneas, sin aviso, donde los retratados actúan con la naturalidad de quien no advierte el flash de la cámara, se convierten en documento de los posibles escenarios que fueron descartados de la serie final por el fotógrafo y/o los clientes.
En 1972, José Luis y Julia Edith Venegas abrieron un estudio fotográfico en Tijuana, B.C., por aquel entonces una pequeña ciudad fronteriza con una identidad de modernidad y vanguardia en construcción, en gran parte influenciada por la cultura norteamericana. Dicho estudio de fotografía contaba con un novedoso proyecto, el cual consistía en no sólo retratar el cenit del evento social, sino también en narrar a través de imágenes distintos momentos del mismo. No obstante, muchas de esas fotografías eran suprimidas de la serie oficial, según lo acordaban con el cliente o por decisión propia del padre de Venegas. Ella siempre se sintió atraída por esos momentos que no fueron, que quedaron en la oscuridad y por medio de los cuales nos cuenta esas historias silenciadas.
¿Qué sucede con esos registros no revelados? Yvonne Venegas manifiesta su inquietud por reinterpretar los hechos ocurridos en el proceso de selección de imágenes al interior del estudio fotográfico de sus padres, donde la curiosidad por aquellas fotos de eventos sociales, descartadas por distintos motivos, fue el aliciente perfecto que motivó su trabajo. La apuesta de Venegas por mostrar esos momentos de descuido accidental, de nervios, risas o cabellos desarreglados, (suprimidos a favor de las imágenes oficiales del evento) es una mirada al intersticio que separa el acierto del error, pero también algo que forma parte de su historia e incursión en la fotografía