Identidades líquidas: la apertura del deseo en la posmodernidad

Por Rogelio Laguna

13 de junio, 2019

I.

Para Zygmunt Bauman, la época en la que vivimos es la época de la liquidez, es decir, una época en la que asistimos a un mundo donde las formas fluyen y han dejado de estar atadas a una identidad fija, una sola configuración. Este mundo líquido abarca diversos aspectos de la vida humana, desde la economía y la política hasta la configuración de la sexualidad y el amor. Es por eso un momento de la historia donde han podido cuestionarse los llamados “órdenes patriarcales” que habían construido una versión de la familia y de la pareja en la que cada quien jugaba un rol determinado según las demandas de la tradición. El padre-esposo proveedor frente a la esposa obediente y hogareña configuraron por mucho tiempo lo que se esperaba de cada uno en este orden social.

     

Nos encontramos, sin embargo, en transición a nuevos órdenes. El desarrollo de la modernidad, caracterizado desde el siglo XVI-XVII como una “ruptura de centro” se presenta en nuestros días en su versión más radical: la “posmodernidad”. Una época caracterizada por Nietzsche como la época de la muerte de Dios, es decir, una época sin referentes definitivos, fijos o fuera del mundo de la vida que nos digan en sentido último qué tenemos que hacer y a los cuales podamos aferrarnos. En esta época cada vez más el camino está abierto para la expresión de nuevas identidades que no tienen que ajustarse a los cánones tradicionales. Esto es finalmente lo que durante mucho tiempo se esperó del futuro,  películas como Blade Runner, e incluso El quinto elemento, jugaron a pensar el futuro como un gran collage donde todo parecía fuera de control, y donde la homogeneidad dejó de ser la regla. Con los cambios vertiginosos del siglo XX y después con el XXI las identidades personales y las subculturas tuvieron la oportunidad de tomar y asumir nuevas rutas, se volvieron también líquidas, en constante devenir afirmaron nuevas potencias.

H. Matisse

II.

Fue Baruch Spinoza quien habló de las potencias heterogéneas y múltiples del cuerpo y del pensamiento. No hay una homogeneidad en la configuración de todos los cuerpos ni de todos los pensamientos, si bien es posible encontrar ciertas regularidades en su Ética afirmará, en cambio, que  “nadie sabe lo que puede un cuerpo”.  Esto puede leerse como la afirmación de que los cuerpos (pero también el pensamiento que está en profunda conexión con el cuerpo) no se encuentran determinados de manera fija y definitiva en un esquema ya establecido y del que sepamos todo. Al contrario, la frase de este filósofo advierte que sabemos poco o casi nada de cuáles son las potencias de la corporalidad, no sabemos en última instancia qué puede y hasta dónde. Cuáles serán los afectos y las pasiones que lo motivan, que lo hagan sentir placer o dolor. El cuerpo es ese desconocido que fluye a partir de las experiencias, y cada quién debe conocer (sentir) directamente.

Y aunque desde el inicio de los tiempos se sabe que cada cuerpo siente y vive de manera distinta, que tiene su propia ruta para el goce, las sociedades humanas han insistido en mantener un código de ordenación de los cuerpos basado en la dualidad pene-vagina, y prácticamente con la única mira en la reproducción y la construcción de la familia procreadora como célula de la sociedad. 

 

 

Pero esto claramente es una ficción que ni se ha cumplido siempre ni tendría por qué cumplirse. Sabemos que ya desde la prehistoria existían personas que no se ajustaban al ordenamiento de los sexos y los géneros sociales, como aquel joven prehistórico que fue enterrado en las afueras de la actual Praga con  los elementos que correspondían a los entierros femeninos.

Ya en el siglo XX, con la llegada de la píldora anticonceptiva, los cuerpos dejaron de estar sujetos a la lógica de la reproducción y empezó a verse a la  sexualidad (en todas sus variantes) como una manera de afirmación de la personalidad. El amor lésbico, bisexual, y gay, las identidades transgénero, transexual, intersexual adquirieron carta de naturalización. Desde entonces, la liquidez de las potencias de los cuerpos no ha dejado de fluir. La lucha es por ejercer libremente la personalidad sin tener que responder a modelos tradicionales y en lo general injustificados. Se trata de vivir la vida como propia y no como sujeta a criterios exteriores, de asumir con todas sus letras que somos un cuerpo-alma que siente.

H. Matisse

III.

 

Y tal vez quien muy tempranamente en el siglo XX advirtió el comienzo de una nueva liquidez fue Virginia Woolf, quien en 1928 publicó la novela Orlando. El texto es una osada apuesta literaria en la que el protagonista cambia de sexo a lo largo de la historia. El cuerpo, el pensamiento, los deseos fluyen en Orlando, un joven apuesto que comienza su trayecto en la corte isabelina y que con el tiempo verá que él mismo no es uno sino muchos y muchas. Identidad líquida que marcará el mundo occidental en el que ahora vivimos. Woolf (en esta novela) abrió la puerta a la concepción de una nueva manera de comprender quiénes somos. Con sarcasmo nos dice en las primeras líneas de la novela “Él (porque no cabía duda sobre su sexo)”. Las dudas, sin embargo, llegaron para quedarse.

Identidades líquidas: la apertura del deseo en la posmodernidad