Por: Cyn Maya
31 de julio, 2019
Hace muchos años, cuando yo aún era una niña, mi mamá me dijo una frase que después supe era bastante famosa: “Recordar es volver a vivir”. Hoy, mucho tiempo después de eso, pienso y yo más bien diría: recordar es volver a sentir.
Hace 12 años, Bon Iver era una pequeña banda liderada por Justin Vernon que por aquel tiempo, lanzó su primer álbum, titulado For Emma, Forever Ago, el cual él mismo produjo desde una pequeña cabaña en Wisconsin, Estados Unidos. En ese momento, creo que pocos nos dimos cuenta de lo mucho que ese álbum iba a redefinir lo que conocíamos hasta el momento como folk, no sólo por “Skinny Love”, el track más conocido y emblemático de la banda, sino de los nuevos sonidos experimentales que integraba. De esa sensación que te deja de estar ahí, en esa minúscula cabaña en medio del frío.
Por eso digo que “recordar es volver a sentir”. Hace un año vi a Bon Iver en vivo en el Pepsi Center. Recuerdo que fui a ese concierto con una de mis mejores amigas y su novio. Ella estuvo a lado de mi todo el show y cuando sonó “Flume”, me puse a llorar. Las lágrimas corrían como si algo quisiera salir de mi interior. Como si llevara esperando mucho por ese momento para al fin emerger en forma de lágrimas. Mi amiga sólo me tomó de la mano durante toda la canción y ahora, un año después, cada que escucho “Flume”, siento su mano alrededor de la mía, cálida, tratando de consolar mis incesantes lágrimas. Dos días después del concierto, cuando salí de trabajar y cruzaba avenida Cuauhtémoc para llegar a la colonia Roma, las lágrimas volvieron. Sin razón alguna, aparentemente. Fue después de mucho pensarlo cuando al fin me di cuenta de que esas lágrimas seguían siendo resultado de mi catarsis durante ese concierto.
Tres años después de For Emma, Forever Ago, llegó Bon Iver, el álbum homónimo de la banda. Su sonido propio seguía ahí, pero esta vez era más grande, Justin Vernon había llegado a la maduración de su estilo, nos dio melodías más imersivas y maravillosas como Holocene, un track que nos lleva a vernos de un bosque espeso o tal vez en la misma ciudad dónde todo está en movimiento mientras nosotros permanecemos suspendidos en el espacio, prestando atención a todo lo que nos rodea, desde la gente que pasa a nuestro lado a prisa, hasta el aire mismo que nos alborota el cabello. Tracks como “Michicant” y “Wash” se sienten como un recuerdo de alguien pegando su frente contra la nuestra mientras bailamos como si nadie nos estuviera viendo… o tal vez sí, tal vez mientras todos nos ven pero es tan buena la sensación que no nos importa.
En 2016 llegó 22, A million, el tercer álbum de la banda y el más experimental a la fecha. Sin embargo, su esencia permanece y solo queda admirar la propuesta tan buena que es este álbum. Es en este trabajo donde Bon Iver nos trae emociones nuevas, 10 dEAThbrEasT, tal vez puede considerarse el track más experimental del álbum. Es un estado constante de tensión donde nos damos cuenta que Bon Iver siempre ha estado más allá de ser una banda simple de folk. Que ha tenido una evolución más personal, mucho más pulida de su propio sonido. Éste álbum es a mi parecer el más complejo de los tres y me atrevería a decir que el mejor de ellos. Por su propuesta, por su experimentación, por llevar más allá y sacar de muchas zonas de confort lo que ya hacían antes.
Y pese a toda esa experimentación, la calidez y el factor humano que caracterizan tanto a su música, siguen ahí.
El 30 de Agosto, la ausencia de la banda llegará a su fin porque al fin tendremos su cuarta producción titulada i,i, del cuál ya hemos podido escuchar adelantos como “Hey, Ma” o “U (Man Like)”.
Espero nos vuelvan a sorprender y volvamos a sentir recordando cosas que nos han sucedido o algunas que tal vez no. A veces los recuerdos se sienten como tal aunque jamás hayan sucedido. Ojalá volvamos a sentir lágrimas que llegan sin sentido pero que son resultado de una catarsis necesaria. Ojalá volvamos a sentir el aliento de alguien que amamos cerca de nosotros. Que volvamos a sentir un abrazo que no sabíamos que necesitábamos, o que de la nada volvamos a acordarnos de que alguien está ahí sosteniéndonos la mano sin decir palabra y que ese simple contacto sea todo.