Por Rodolfo Sousa Ortega

Ilustración: Rodolfo Sousa Ortega.
Ilustración: Rodolfo Sousa Ortega.

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Distancia

El viernes invocamos a José José en la presentación del libro de un querido amigo. Con un proyector y unos parlantes, los espectadores entraban a la sala mientras sonaba y se proyectaba el video de “Una Mañana”, una de las canciones más excéntricas de su catálogo, con ritmos cercanos al bossa nova y a la tropicalia, (aunque José Sosa, antes del nombre con el que alcanzó popularidad, ya había pertenecido a un grupo de jazz antes de abocarse a la música pop romántica). Un día mas tarde nos enteramos de que había muerto.

Siempre van a ocurrir estas cosas y no dejan de asombrar: “estaba leyendo su libro”, “hace dos días estábamos hablando de sus películas con un amigo”, “pero si acaba de salir su último disco”. Como si la cultura lo supiera por nosotros y nos lo anunciara, no somos sino agentes afectados por un mundo de imágenes, palabras y sonidos. Los estudiosos de la cultura contemporánea dilucidan que las pantallas son prótesis de la vista y la electricidad lo es del sistema nervioso ¿podrían ser pantalla, parlantes y energía eléctrica también la prótesis de un sexto sentido que nos permite conjurar y despedirnos de nuestros cantantes?

 A final de cuentas, desde que aparecieron la radio y los discos, siempre hubo una relación siniestra entre la voz grabada y lo paranormal: voces sin cuerpo, provenientes de extraños dispositivos electrónicos.

Imagen: GettyImages.
Imagen: GettyImages.

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El amor acaba

Si Leonard Cohen usa la grieta de la ofrenda imperfecta para que entre la luz, en “El Amor Acaba” José José recurre a la grieta del tiempo y del alma como una explicación sobre el final del deseo. En esta tradición pesimista se dirige sin la mesura de la responsabilidad afectiva del adulto sensible contemporáneo, José José es guiado siempre por el camino del exceso, acaso para llegar solitario al palacio de la sabiduría (en este sentido su bohemia es la del viejo inmaduro a punto del divorcio y la de un artista de la tradición romántica), llega entre tumbos a un conocimiento que supera el trascendental kantiano: hasta la belleza cansa.

José José no escribía las canciones que cantaba, sino que las interpretaba, como si éstas fuesen escritas para él y sólo para él, un medium de un espíritu viril y romántico. De tal forma que “El Amor Acaba” se opone al primer José José de “El Amar y El Querer”.

Pálido fuego

No hay posibilidad de corrección política para algunas de las canciones de José José, a veces ni siquiera siendo condescendientes con el clima de época, la falta de educación sentimental y la masculinidad frágil. Sin embargo, como en Lolita, de Vladimir Nabokov, o en una pintura de Balthus, encontramos un matrimonio entre belleza y horror. ¿Cómo lidiamos y discutimos esas contradicciones en vez de quemarlas en la hoguera?, ¿pueden ser sus canciones una experiencia estética camp en la que podemos saborear el patetismo de la generación que nos educó?

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Me divierte pensar en los múltiples sentidos de algunas de esas canciones, por ejemplo, podría ser que “40 y 20” no sea una canción sobre un amor entre un señor mañoso casado y su secretaria veinte años menor que él, sino que usa ese tema para hablar en clave, José José canta así sobre la brecha generacional entre los babyboomers y la generación X del México que intenta inscribirse a las políticas neoliberales. Eran tiempos de Solidaridad, el nuevo peso, hiperinflación, y el Tratado de Libre Comercio. En tiempos tan aciagos, no entiende de Bifo, ni de Vattimo, se niega el fin de las utopías e invita a construir un futuro entre los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial y los desesperanzados nihilistas nacidos en la década del setenta, a caminar mirando de frente.

Karaoke en el campo expandido

Escribo estas notas sobre José José a propósito de su muerte. Mi generación creció escuchándolo involuntariamente mientras nuestros padres ponían su música en las fiestas (apenas escucho los primeros acordes de “Así De Fácil” pienso en aquellas tardes comiendo barbacoa de borrego y arroz rojo en un plato de unicel debajo de una carpa en una mesa de metal cromada con los colores de una cerveza sentado sobre una silla de plástico), después lo escuchamos voluntariamente tras la aparición de su tributo hecho por bandas de rock en español (no escuché la versión original de “Payaso” hasta que tuve internet) y, finalmente, en nuestra adultez en los bares y cantinas adonde nos íbamos a hacer los rudos y comenzábamos a compartir tiempo libre con nuestros profesores de universidad .Corría el año 1999, y un sábado, los vecinos se reunieron una noche para estrenar el aparato de karaoke (una práctica extraña nada popularizada para ese entonces a la que incluso se le llamaba “carioqui”) con un CD de canciones de José José, como no nos invitaron, muertos de envidia, fuimos a reclamarles el escándalo a deshoras. ¡Yo habría cantado tan bien! Sin ver la pantalla, a tiempo, dignamente.

Las revistas de espectáculos ya anuncian un karaoke masivo  en el quiosco de la Alameda Central en la CDMX, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, para rendirle homenaje. Hace tiempo que vengo pensando que el karaoke es una práctica artística contemporánea, un medio más, como la fotografía y la radio lo fueron para las vanguardias artísticas del siglo XX. Este evento site specific me lo confirma.

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