En estos días, me he dado cuenta, de que llevo un año entero queriendo escribir sobre James Blake. Pero no quería hacerlo porque justamente hace un año lanzó su cuarto álbum de estudio y básicamente me negaba a escribir una reseña más de las tantas que hubieron porque no sería hacerle justicia a uno de mis músicos favoritos.
Entonces, me puse a pensar en qué consiste el vínculo que tengo con su música y llegué a la conclusión de que lo que me fascina de su trabajo, es lo fácil y hermoso que es conectar emocionalmente con él.
Desde su primer álbum, por allá del 2011, se escuchaba a un músico que jugaba mucho con texturas: dubstep, sonidos de piano profundos y minimalistas, un falsete que además de cantar sus letras, formaba parte de las capas de sonido que existen en las composiciones de ese primer material.
Lo que me pareció interesante en ese entonces y aún hoy, es el uso que James le da al silencio y a la experimentación.
Tanto en sus álbumes James Blake y Overgrown, escuchamos claramente pausas que lejos de incomodar o de hacer algún corte sin sentido en los tracks, marcan el hecho de que algo más está por suceder, nos da la señal de que estamos por escuchar un cambio, no nos dice cuál, pero sabemos que algo está por venir. Estas pausas o silencios, como me gusta llamarlos, para mi son pequeños respiros, descansos, pequeñas bocanadas de aire, como las que necesitamos cuando nos sentimos abrumados o ansiosos.
En The Colour in Anything, comenzaron los cambios, no para mal, James empezó a integrar nuevos sonidos y más colaboradores, anteriormente, en Overgrown, trabajó junto a personalidades como RZA de Wu Tan Clan o en su álbum debut, donde contó con la colaboración de Justin Vernon, de Bon Iver. Para este tercer material integró a músicos del nivel de Frank Ocean, Connan Mockasin y nuevamente Justin Vernon. The Colour in Anything significó entre muchas otras cosas, la mudanza de James a California y, además, el hallazgo un nuevo amor.
En este álbum, su música sufrió un crecimiento exponencial, ya no era el tímido chico de 22 años que comenzó a usar el dubstep para sus composiciones. Ésta vez, James buscaba ser escuchado pero siempre siendo fiel a su manera de hacer música. La maestría con la que había sabido pintar de azules y grises el ambiente se hizo más marcada. Sus texturas se hicieron más refinadas sin dejar de lado el minimalismo que lo identifica.
Finalmente llegamos al lanzamiento del que les hablaba al principio y para mi, uno de los mejores álbumes del 2019: Assume form. Las colaboraciones que hay en este álbum son exquisitas. Todas y cada una de ellas abren paso a un nuevo James Blake, uno que ya aprendió con el paso de los años a ser fiel a sí mismo pero a transformarse conforme el tiempo y las circunstancias lo van exigiendo. Éste álbum cuenta con el trabajo de Moses Sumney, Travis Scott, André 3000, Rosalía y Metro Boomin. Todos ellos aportan a este material un sello propio, mismo que no precisamente significa que su música haya dejado de sonar como antes, al contrario, Assume Form es, a mi parecer, el álbum más remixeable de James, todos los tracks tienen potencial de hacerte bailar desde su sonido característico downtempo hasta algunos más dance.
A través de cuatro álbumes de estudio y todos los singles que ha lanzado, James siempre ha sabido crear un ambiente un tanto gris y melancólico, lo cual no creo que precisamente sea malo. Si nos ponemos a reflexionar un poco, las emociones y los sucesos en nuestra vida son así: cambiantes, las emociones no siempre brillan, los seres humanos no siempre resplandecen, las texturas de su música son cambiantes, como lo que sentimos cuando sufrimos alguna decepción o un abandono, son profundas, así como nuestros pensamientos cuando necesitamos reflexionar y tomar decisiones. Pero más importante: son realistas. Es desesperación por el desamor, por la lejanía, por la ausencia, es confusión por haber pasado tanto tiempo buscando amor, que cuando al fin llega, no lo podemos creer y necesitamos saber dónde está el truco en todo eso…
James Blake nos enseña a valorar la luz, mostrándonos la oscuridad que hay en cada uno de nosotros.