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EL HOMBRE DEL CONSTANTE LAMENTO

Texto y fotos: Tony Solis

Hice algo horrible cuando tenía 7 años. Mientras jugábamos en un columpio que nosotros mismos hicimos con una soga vieja, tuve la malvada idea de aflojar la soga, para que el siguiente niño en subirse a nuestro columpio cayera, y así, hacer reír a todos con mi ocurrencia. Pasó lo que tenía que pasar, el niño se trepó al columpio, tomo fuerza y se aventó. Cayó de espaldas; no hubo risas. De hecho, mientras estaba a punto de subirse, un cosquilleo de culpa invadió mi pequeño cuerpo, me arrepentí porque sabía que mi puntada infantil no estaba bien. El niño se levantó mientras hacía alarde de que no había pasado nada, y nada pasó. Pero en mi mente creció la idea de que había hecho algo muy malo, algo que algún día tendría que pagar. Tampoco fui un hermano mayor ejemplar, pues a veces torturaba a mi hermano con palabras hirientes porque me veía muy reflejado en él, y creo que más bien quería herirme a mí mismo.

Años después, tomé decisiones a sabiendas de que podían herir los sentimientos de alguien más. En ese momento asumí la responsabilidad de mis actos y con ella vino una culpa enorme, tratando de justificarlo siempre en el nombre del tan deslavado amor. He lastimado a quienes más he querido, y a mis cuarenta años apenas aprendí a perdonarme. Perdón. Toda esa culpa ha resultado en crisis de ansiedad, ataques de pánico, depresión e inseguridades, nada que muchos, muchísimos de ustedes, no conozcan.

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No sólo hemos lastimado gente y nos han lastimado; constantemente tomamos decisiones que, apenas ahora, nos percatamos que no han sido las mejores para nuestro entorno social. Nos han impuesto viejos conceptos sobre el éxito y la felicidad que hemos perseguido por siglos. Hemos aprendido a conseguir lo que queremos para ser felices, y eso implica crecer y controlar a otros; y como efecto colateral, siempre hay sufrimiento de terceros. Estos conceptos nocivos son los que rigen nuestra sociedad y sobre los que nuestros valores se establecen. Justificamos guerras y matamos a millones de personas, pero al final no importa porque siempre es posible edificar un monumento en memoria a los caídos que nos redima de nuestros actos inhumanos para, al mismo tiempo, tenerlo presente y tratar de aprender de los errores pasados. Ser exitoso y feliz es sinónimo de depredar: agotar recursos y acaparar bienes materiales, más de lo que podemos usar. Esa abundancia nociva idealizada que todos perseguimos y que sólo beneficia a unos pocos, pero que perjudica a millones, es a lo que todo mundo aspira. “Merezco abundancia”, escribió cien veces en un diario la esposa de cierto político mexicano corrupto. Evitamos la culpa, ese sentimiento horrible que te carcome las entrañas, aceptándola y exhibiéndola al erigir monumentos; al hacer arte; mientras se escriben canciones; todo para “pagar” el karma negativo y sentirnos un poco más livianos. Justo como hago al escribir esta carta.

Ojalá funcione.

Los quiero.

Tony Solis

Carta del editor – Capítulo 3 “El hombre del constante lamento”