Primer aniversario de Kori Kori Studios

Alejandro Pimentel es el joven detrás de Kori Kori, un estudio creativo especializado en desarrollar estrategias de mercadotecnia que acercan a las marcas a las narrativas de la cultura contemporánea. A través de una mirada sensible y estética, ha logrado construir un lenguaje visual propio que le ha permitido colaborar con proyectos y clientes que buscan algo más que publicidad: buscan relevancia cultural. Además de su labor estratégica, Pimentel es un apasionado del arte y forma parte de una nueva ola de coleccionistas jóvenes que entienden el arte como una extensión de su forma de ver y habitar el mundo.

¿Recuerdas el momento en que decidiste crear tu propio estudio? ¿Qué te hizo dar ese paso?
Sí. Fue un momento muy visceral. Llevaba años trabajando para marcas enormes como Nike o DiDi, liderando estrategias muy estructuradas. Pero sentía una necesidad urgente de construir algo más personal. Un lugar donde lo intuitivo, lo sensible, lo artístico y lo comercial no tuvieran que pelearse. Así nació Kori Kori.

Kori Kori tiene una estética muy clara y personal. ¿Cómo describirías ese “lenguaje propio” que han ido construyendo?
Es un lenguaje hecho de repeticiones creativas, de ciclos. Tiene algo tribal, pero también muy contemporáneo. Visualmente es purista, a veces irónico, otras veces silencioso. Hay referencias a Asia, al diseño suizo, a lo digital, al gesto manual. Es como una cápsula donde caben distintas disciplinas sin perder identidad.

¿Qué tan importante es para ti que una marca tenga alma antes de colaborar con ella?
Importantísimo. Me interesa conectar con marcas que entienden que lo cultural no es solo un adorno. Que tienen un “para qué” más profundo, incluso si es pequeño. Puedo colaborar con una marca comercial, claro, pero tiene que haber una intención real, algo que nos permita construir desde el arte, no solo usarlo.

Estuviste muchos años en Nike, después en DiDi. Dos mundos distintos: uno físico y de marca global; el otro, 100% digital y ultra medible. ¿Qué te llevaste de cada uno para Kori Kori?
De Nike me llevé el poder de contar historias visuales que atraviesan generaciones. De DiDi, la precisión de leer datos para crear impacto real. Kori Kori existe en medio de esos dos mundos: la intuición del arte con la estructura del negocio.

¿Cómo combinas todo ese background estratégico con una visión que a veces es más artística, casi intuitiva?
Los uso como capas. No me interesa separar la estrategia de la emoción. Pienso una propuesta desde el por qué, pero también desde el gesto, el detalle, el error. Las ideas más potentes suelen venir de ese punto de fricción.

Has trabajado con artistas de todo tipo: ilustradores, sonidistas, recicladores, etc. ¿Qué te hace decir: “con esta persona sí quiero colaborar”?
Busco sensibilidad, no solo técnica. Me interesa cuando alguien tiene un universo propio. A veces es una estética, otras es una manera de mirar el mundo. Si su trabajo me genera preguntas o me provoca incomodidad, ahí suele haber una pista.

¿Qué tan fácil o difícil es mantener una narrativa coherente cuando mezclas tantas disciplinas distintas? ¿Cómo haces para que todo siga sonando a “Kori Kori”?
La clave está en el tono. En tener muy claro desde dónde hablamos. Kori Kori no es una productora de arte: es un estudio con una postura. Eso hace que, aunque mezclemos ilustración con sonido o cerámica con inteligencia artificial, todo tenga un hilo común.

La ilustración de @buscandoamiguel para el aniversario de Kori Kori es una locura hermosa. ¿Cómo nació esa idea de los edificios y qué representa para ti?
Fue una conversación que se volvió postal. Miguel entendió perfecto que Kori Kori es un estudio, pero también una ciudad imaginaria, una serie de espacios mentales. Cada edificio es un proyecto, una obsesión, una disciplina. Es una forma de ordenar el caos creativo.

¿Cuál de esos seis edificios te obsesiona más ahora mismo? ¿A dónde se te está yendo la curiosidad estos días?
El de arte digital, sin duda. Pero también el de lo efímero: performance, comida, sonido. Estoy muy metido en cómo algo intangible puede convertirse en experiencia de marca. Me obsesiona lo que no se puede comprar, pero sí sentir.

Sabemos que tienes una relación especial con el arte también desde el coleccionismo. ¿Qué tipo de piezas te mueven? ¿Cómo eliges qué llevarte a casa?
No colecciono por inversión. Me interesa lo que me atraviesa. Tengo piezas que hablan de identidad, de deseo, de lo absurdo. Me gusta lo imperfecto, lo manual. Hay artistas que no puedo sacar de la cabeza. Y ahí es cuando sé que tengo que tener algo suyo cerca.

¿Crees que coleccionar arte también es una forma de construir narrativa personal? ¿O más bien un impulso emocional?
Es ambas. Lo emocional decide, pero lo narrativo se construye con el tiempo. Cuando veo las piezas que tengo juntas, me doy cuenta de que hablan de mí sin decir mi nombre. Eso me gusta.

Tu universo mezcla arte, tecnología, cultura pop y emociones. ¿Qué viene ahora? ¿Hacia dónde se está moviendo Kori Kori?
Estamos pensando en formatos más instalativos, más físicos. También en expandirnos a Asia. Y quiero crear un lugar físico: no una galería, no una tienda, algo más híbrido. Donde puedas comer, ver arte, escuchar algo, y llevarte una idea. Kori Kori es eso: algo que no sabes cómo clasificar, pero se te queda.

Si tuvieras que ponerle soundtrack al futuro creativo de Latinoamérica, ¿qué estaría sonando?
Un híbrido entre Yma Sumac, Chaino y algo que aún no existe. Voces antiguas, procesadas con tecnología, pero que siguen sonando a tierra, a cuerpo. Una mezcla rara, pero hipnótica. Como nosotros.

Primer aniversario de Kori Kori Studio