Por: Penélope Mujica

Netflix, eso en lo que pensamos instintivamente cuando alguien suelta la frase “una noche relax”, un sin fin de opciones para degustar nuestros sentidos con contenidos hechos específicamente para atraparte en tu sofá e impedir que tengas una vida.

La cruda de Netflix, aunque físicamente más bondadosa que la de otras sustancias, puede ser casi igual de fuerte emocionalmente, todas esas horas “perdidas” viendo Girlboss –que claramente no querías ver pero la terminaste por obsesivo–, se remontan en tu cabeza, dando paso a la habilidad innata que tenemos para cuestionar todas nuestras desiciones –como ese saludo incómodo en el que pensabas que te iban a abrazar y por eso abrazaste pero solo te iban a dar un beso, que ha estado drenando tu energía desde hace una semana–. Comienzan a aparecer imágenes en tu pensamiento de todas las cosas que pudiste hacer durante las 13 horas seguidas que estuviste en tu sofá, ir al bosque con tu perro, tomar sol, hacer el famoso meal prep, buscar un nuevo lugar de yoga en la colonia para ir por la clase gratis, y un gran ETC, y con cada nueva idea de cómo pudiste pasar tu sábado te llenas de una sensación rara, no es tristeza, tampoco es decepción, quizás sea confusión, de por qué decidiste pasar tu día viendo a gente falsa interpretando historias de mentira.

¿Acaso la solución es ir al bosque con tu perro? ¡No!

No quiero decir que tu perro no deba volver a sentir la luz del día en su lomo–por favor sí llévalo al bosque, se lo merece por ser un buen perro–, me refiero a que si el tiempo que dedicas a tu Netflix & Chill está balanceado estratégicamente con contenido que te nutre y contenido vacío, puede que al pasar las 13 horas no te sientas tan mal, porque habrás aprendido algo.