Edward Hopper: el aislamiento del hombre contemporáneo
Por Redacción
El 22 de julio de 1882 nace Edward Hopper , uno de los máximos representantes del realismo americano. Para muchos, la palabra “contemporáneo” remite a lo actual e inmediato, pero durante la pintura caracteriza todo lo sucedido a lo largo del siglo XX, especialmente el capítulo de la posguerra. Su obra no fue considerada de gran relevancia mientras sufría, y se dice que subsistió trabajando como ilustrador y no por la adquisición de sus trabajos artísticos. Lo recordamos con sus obras más notables.
El ambiente taciturno que caracteriza sus cuadros nos transporta a una atmósfera de tranquilidad, pero también de desolación y hasta de desesperación, la mirada fija de sus personajes hacia el vacío representa la intranquilidad del hombre moderno, quien se enfrenta a la incertidumbre de su existencia con estoicismo.
El trabajo del pintor estadounidense ha influenciado el ámbito cinematográfico, como (por ejemplo) un par de películas de Alfred Hitchchock, The Rear Window (1954) y Psycho (1960), donde los protagonistas nos cuentan historias de horror que brotan de la terrible soledad en que viven. Y es a partir de estas dos cintas de donde gran parte de la obra de Hopper puede ser interpretada, ya que ambas poseen un tratamiento estético similar al que observamos en sus pinturas.
Por otro lado, los panoramas de las cafeterías y de los restaurantes solitarios evocan cierta melancolía en un contexto nocturno, con algún que otro personaje sentado que mueve su café o que simplemente espera, lo que nos resulta muy familiar. Las luces de los anuncios o de las ventanas encendidas a medianoche, de gente solitaria que bien puede padecer insomnio, son imágenes tan características de los ambientes urbanos de la actualidad que se determinarán en atemporales, tal como se expresa en uno de sus cuadros más conocidos titulado ‘Nightwalks’, de 1942.
Pareciese que estas metáforas de la alienación del hombre moderno son tan cercanas a nosotros que las sentimos casi como recuerdos, como memorias de lo cotidiano y de la pesadez que percibimos como propia de las grandes ciudades.
Así pues, la obra de Hopper es un registro del individualismo que prevalece en nuestra sociedad, pero que, a la vez, se encuentra bellamente plasmado en esos paisajes de tonos cálidos que contrastan con la oscuridad de la noche, cuando el café y un cigarro nos dan la leve sensación de estar vivos, pequeños placeres nocturnos en un restaurante de paso.