Habitar desde la desviación

Hoy en día cabría volver a preguntar qué significa el deseo sexual y erótico hacia las demás personas, con qué se relaciona y en qué sentido se comprende. De esto surge la cuestión de si es posible pensar una sexualidad esencial o intrínseca, es decir, ¿se nace heterosexual, homosexual, bisexual? ¿Es posible, con el tiempo, los momentos de la vida y nuestra espontaneidad biológica, ser diferente a la sexualidad que había aceptado? No hay un parámetro contundente que nos permita decir que tal o cual individuo es no-heterosexual por tal o cual motivo, o que un heterosexual será siempre de ese modo. Incluso, a temprana edad, hay quienes muestran ciertas actitudes “desviadas” o diferentes que luego parecen “repararse” o mantenerse.

Por R. Darío Martínez Ramírez y Samy Z. Reyes

Foto: Donovan Quiroz

UNAM

Estos momentos de fluidez, sexualidad y autodescubrimiento parecen suceder desde la infancia. Sin embargo, la sexualidad infantil, sin importar cuál sea, es regulada y normalizada según lo que la sociedad exige de los cuerpos y de sus prácticas eróticas y afectivas. Se descubre así que, antes de ser “infante libre”, se tiene ya una institución de la infancia que regula los cuerpos desde su concepción. La infancia no es más que la plataforma del proyecto heteronormativo que tiene que capturar todos los cuerpos desde sus primeros latidos. Sobre lo cual, Mieli dice que

[…] la sociedad actúa de manera represiva sobre los niños, a través de la educastración, con el fin de obligarles a rechazar las tendencias sexuales congénitas que considera “perversas” […] La educastración tiene por objetivo la transformación del niño, tendencialmente poliformo y “perverso”, en adulto heterosexual, eróticamente mutilado, pero conforme a la Norma (1979, p. 23).

Asimismo, Rochefort señala que “en las primeras líneas de las armas de persuasión están los juguetes. Juguetes perfectamente estudiados” (1982, p. 83).  Es a través de ciertos objetos sexualizados y comprendidos dentro de una sociedad patriarcal, que la infancia irá regulándose para alcanzar a ser “adulto heterosexual natural” o lo que es lo mismo: heteronormado. Nada queda al azar, ni los objetos que de alguna manera regulan el espacio, ni la educación que, por otro lado, dirige la mirada a los espacios que cada sexo/género debe mirar (Ahmed, 2019).

Con esto tendremos que decir: la tecnología del heteropatriarcado es impedir, a toda costa, los objetos, sujetos y escenarios que pueden desviar al infante de su sexualidad heterosexual que es tomada como natural. Pero también habrá que decir que no sólo impide la desviación, sino también enseña que el ser humano únicamente puede ser “mono-sexual”; es decir, heterosexual o “desviado” (queer). No puede ser, de modo alguno, lo que se tendría que comprender como doble desviación, o sea, ser un “en medio” sin caer en lo uno o en lo otro.

De hecho, la medicina ha contribuido a reforzar estas herramientas “educastrantes”. El fenómeno inmediato es la revelación del sexo del bebé (gender reveal), donde los padres ya toman el sexo del bebé para regular su cuerpo y su futuro. La ropa de colores según el sexo, las proyecciones del padre sobre su “igual”, las relaciones de la madre sobre su bebé, la educación que merecen (a la niña habrá que cuidarla más; al niño habrá que cuidarlo menos para que tenga carácter y sea independiente). Se crece, pues, bajo los parámetros de lo masculino y de lo femenino. Para que esto se efectúe en la infancia, es necesario una estructura de familia que vigile, castigue y enseñe a través del performance. Ahora bien, las familias no sólo son la estructura, sino también la institución avalada y protegida por el Estado. El sistema del sexo/género es una interrelación médica, jurídica, social, estatal y familiar, sin olvidar los medios de comunicación y la pedagogía en cuanto tal. Ninguna persona, dentro de la sociedad actual, puede nacer fuera de esta “educastración”.

No obstante, suponiendo que el infante logre mantener de algún modo sus desviaciones, resistiendo el “enderezamiento”, pronto tendrá que confesarse. Su vida sexual será revelada en algún momento y tendrá que enfrentarse, ante el público heteropatriarcal, a decir su inclinación o su naturaleza. No se le pregunta, pero el sujeto sabe, por todo el proceso de educastración, que debe decirla. Salir del closet es un proceso de confesión, con la diferencia de que los heterosexuales pueden hacerlo de modo espontáneo, mientras que los desviados, por otro lado, se ven atrapados en una red de censura, silenciamiento y exclusión. Los medios de comunicación son los que permiten que se aprenda el rechazo a la desviación. Susana Vargas en su libro Mujercitos! nos permite comprender cómo los periódicos atacaban y producían notas sobre la vida diferente a la heteronormativa, un espectáculo grosero contra tal diferencia.

Posteriormente, con las luchas LGBTI+ del todo mundo, especialmente las que se dan en el país capitalista por excelencia, es decir, las revueltas en Stonewall, Estados Unidos, parece que la situación de las desviaciones irá mejorando, no sólo para las mujeres trans y los hombres homosexuales, sino también para los bisexuales y las lesbianas.

¿Pero cuál es esta mejora? El capital captura los movimientos de emancipación a su favor para construir una idea “correcta”, o lo que es lo mismo, blanqueada y consumista, de la “desviación adecuada”. Nos encontraremos, entonces, con el aplauso a homosexuales como Yves Saint Laurent o Michel Foucault contra disidentes como Jean Genet, “Francis” o la estética de los llamados Club Kids, que se asimilaba a una especie de frenesí sexual y maligno en Nueva York. Con el paso de los años, vemos también cómo la industria de la moda, fingiendo inclusividad, ha producido ciertos cuerpos normalizados y controlables en el espectro LGBTI+; así, vemos la última portada de Vogue México con Arca o la campaña queer de Gucci, donde Paul Beatriz Preciado protagoniza una editorial de moda, sabiendo las consecuencias capitalistas de ello. 

Esto es un proceso de inclusión aparente, donde lo que se realiza es una construcción de una nueva normalidad comercial dentro de los medios de comunicación. La sociedad crece con estereotipos que se le vuelven a reasignar ahora al otro lado de los desviados: deben ser blancos, tener “buen gusto”, tratar de ser abiertos a la diversidad, ser deseables por el público, tener una extensa carrera o ser intelectuales, etc.

Arca para Vogue México fotografiada por Tim Walker

El problema de esto es que, en la realidad, las personas LGBTI+ viven en diversos márgenes socio-culturales. Mientras vemos a una persona como Vico Volkóva siendo la representante trans, nos encontramos con personas trans marginadas que no se parecen a ella en ningún sentido. Lo cual no quiere decir que Vico tenga la culpa de ello, sino que la máquina capitalista produce cuerpos aceptados y cuerpos rechazados e inscribe en el imaginario colectivo las estéticas y modos de vivir “correctos” a la norma. Ser, por ejemplo, un marica delincuente como Jean Genet en Francia es todavía mal visto y excluido, como si esas vidas diferentes no valieran para ser nombradas. Pero en medio de un mercado de cuerpos e instituciones reguladoras, nos encontramos un circuito de resistencia ante una máquina capitalista que homogeniza a los cuerpos y nos regula en ciertos patrones.

No necesitamos ser blancos, intelectuales, agradables a la vista, salir en revistas o tener todos los medios de comunicación masiva sobre nosotrxs para valer la pena. Al borde de esta captación del capital y trivialización de las resistencias, se encuentran esos cuerpos golpeados, enfermos, ansiosos y “prietos” que son invisibilizados y apartados de la sociedad. Bares clandestinos, lugares de vogue desconocidos, pequeñas agrupaciones cibernéticas de expresión libre, un circuito de lugares inéditos y desconocidos por una comunidad “hetero” y LGBT normalizada, siempre están al acecho de aparecer frente al mundo y hacer estallar, a toda costa, una ciudad blanqueada y homogeneizada.

Es así como vemos que el cuerpo, el pensamiento y las manifestaciones de todas las personas, se encuentran sujetas a normas y regulaciones establecidas por un sistema heterocispatriarcal que limita la vivencia libre. Hablar sobre esto significa que siguen existiendo sujetos que pasan por distintas agresiones y restricciones; muchos de ellos pueden ser asesinados simplemente por tener una expresión fuera de la norma o criminalizados por ejercer su sexualidad libremente, como es el caso de las personas con VIH. Haciendo alusión a la teoría queer, pensada desde Paul B. Preciado, Monique Wittig y Guy Hocquenghem, creemos que es indispensable y urgente hacer un desplazamiento hacia una vida queer que resiste a ser captado por el heterocispatriarcado, a pesar de intentos como los de Elle, Gucci o Rupaul’s Drag Race.

Pese a que esta propuesta crítica de la abolición de los binarismos de género, sexo y sexualidad tiene poco más de dos décadas, pareciera que en los círculos académicos y de lucha, así como en la calle, no se alcanza a comprender del todo qué significa esto. Ello se debe a que, como vimos en el inicio del texto, lo queer se comprendió como una desviación de lo heterosexual; sin embargo, actualmente y debido a la capitalización de las luchas LGBTI+, lo queer también está en una desviación de tales siglas, puesto que se posiciona a la vez fuera de una norma LGBT construida por la comunidad, pero también por el heterocispatriarcado.

Erwin, Debra Men y Naoki fotografiades por Tony Solis

Entonces ¿qué significa lo queer? No decimos que signifique dejar de ser homosexual o heterosexual, blanco, cis o binarista, sino comprender cómo es que un sistema de opresión ha normalizado y ha codificado los cuerpos en un sistema de estereotipos, blanqueamientos, comercializaciones y exclusiones que no permiten libertar a los sujetos y a sus expresiones únicas.

Lo queer rescata la furia de sujetos como Marsha P. Johnson o de personas como Nancy Cárdenas o Guy Hocquenghem, que toman los medios de comunicación para atentar contra un sistema heterocispatriarcal sin pedir permiso; seres como Xóchitl o “Francis”, que a toda costa se hicieron un espacio dentro de los medios para entablar una furia interna. Pero, actualmente, nos encontramos también como sujetos que intentan mantenerse en crítica constante; cantantes como Arca o como Luisa Almaguer, que desde su arte buscan expresar el modo en que se descubren más allá de las normas LGBT o heterosexual. Aunque no podemos saber a ciencia cierta si estas personas se llamarían actualmente queer, sí podemos señalar que nos ayudan a comprender el posicionamiento queer que resiste a la normalización y a la exclusión de los otros cuerpos, que abren espacios de discusión y construcción de un mundo más disponible para construir una libertad más acorde a la actualidad.

No olvidemos, entonces, que lo queer no es una estética, mucho menos se debe comprender como lo LGBT, como meras expresiones y vidas distintas a la heterosexual, sino como una furia, un posicionamiento crítico y una fabricación de espacios y libertades que abran un nuevo mundo donde todos los cuerpos, todas las personas y expresiones sean respetadas, siempre y cuando se mantenga un respeto a les otres. Esto implica dar visibilidad en todos los medios y no sólo nombrarles en el discurso. Demostrar que hay otros cuerpos, otras personas, como podrían ser también jóvenes como Iñaky Skeander, que en medio de un mundo normativo y binarista, intentan a toda costa hacerse un lugar en industrias normalizadas y cerradas como la moda para dar voz a formas diferentes de expresión y de ser.

Iñaky Skaender

El camino de lo queer no es la creación de nuevas normas cerradas, sino de una educación que permita la liberación de los cuerpos y de los deseos en todos los ámbitos. Es la comprensión de que nadie puede del todo definirse para siempre, sino que siempre nos estamos construyendo, estamos sintiéndonos y estamos relacionándonos con las demás personas y que lo que importa es dar cabida a la diferencia en cada plano de la humanidad. Lo queer es ese parteaguas donde no es necesario ya declararse homosexuales o heterosexuales para toda nuestra vida, sino que nos comprendemos en una fluidez constante donde lo que importa es la fabricación de espacios de transformación y de solidaridad entre todxs. Creemos, pues, que la posibilidad de una sociedad queer es la posibilidad de una sociedad abierta a la diferencia en cada uno de nosotres y no en una inclusión aparente donde lo que vemos es construcción de arquetipos o de regularización, de normalizaciones y correcciones y de espacios donde encapsulan a las disidencias y las separan del día a día.

 

El futuro queer está siempre por venir, no sabemos qué pasará en el mañana, pero sabemos, desde este hoy que resiste a ser siempre igual y a repetir las normalizaciones heterocispatriarcales, que el mañana puede ser diferente y que en la diferencia está nuestro futuro. Como afirma Preciado (2020): “ese despertar es una revolución. Es un levantamiento molecular. Un asalto al poder del yo heteropatriarcal, de la identidad y del nombre propio. Es un proceso de descolonización” (p. 45), y como sostiene Mieli (1979): “para la liberación, hay que aprender a gozar abiertamente de la trasgresión” (p. 98). Transgredir, destruir y resistir ante el heterocispatriarcado, ¿qué otra cosa podría ser lo queer?

Referencias bibliográficas

Ahmed, Sara (2019). Fenomenología queer. Madrid: Bellaterra.

Mieli, Mario (1979). Elementos de crítica homosexual. Madrid: Anagrama.

Preciado, Paul B. (2020). Yo soy el monstruo que os habla. Madrid: Anagrama.

Rochefort, Christiane (1982). Los niños primero. Madrid: Anagrama.

Habitar desde la desviación