Por Prett Rentería
Ilustraciones de Mónica Loya
20 de agosto, 2019
Encontrar rastros sobre las reflexiones de Sigmund Freud respecto del campo de la denominada “ciencia de lo bello” no es tarea fácil; en particular, porque nunca dedicó un tratado o compendio de notas en el cual se pudiera hallar alguna tesis relacionada con la estética. No obstante, en edad madura, el neurólogo de origen austríaco publica un ensayo sobre lo que él llama “lo ominoso”, y prescinde de tratar sobre lo bello porque lo considera fuera de sus posibilidades e intereses con el psicoanálisis para discurrir sobre la relación entre el inconsciente y lo sensible.
Freud ubica en el sentimiento de lo ominoso (terrorífico, abominable) experiencias primitivas reprimidas, relacionadas con distintos factores que desencadenan dicho sentimiento. Para dar inicio al análisis, recurre a la etimología de la palabra unheimlich, que podría traducirse al español como lo extraño, ajeno o siniestro; incluso en alemán, la palabra tiene distintas acepciones sobre las que Freud puntualiza para dar pie a sus indagaciones (la mayoría de los ejemplos provienen de cuentos tradicionales, algo de suma importancia en su visión de la creación literaria). Al exponer que la palabra unheimlich (incluso sin el prefijo un, o sea, sin) no es en absoluto unívoca, explora cómo la misma puede ser utilizada en distintos contextos literarios y cambiar casi por completo de significado, lo que da rienda suelta a una interrelación entre lo familiar o conocido (Heimlich), y lo ajeno o extraño (Unhelmich); es decir, que lo ajeno resulta no del todo extraño, sino que siempre, o casi siempre, implica una familiaridad originaria. Para aclarar y ejemplificar mejor esto, Freud recurre al Edipo rey de Sófocles, donde relaciona otra de sus teorías (la castración) con el momento en que Edipo se arranca los ojos y, simbólicamente, asocia dichos órganos con los genitales propiamente masculinos. Así pues, lo ominoso se presenta como el horror ante el complejo de la castración, o en términos freudianos, la pérdida o mutilación de órganos corporales. La angustia de dicha pérdida se ve entonces transformada en algo ominoso y perturbador para el que la sufre y, creo yo, se puede hablar de un sentimiento estético relacionado con lo grotesco, más allá de la liviandad y ligereza de las teorías sobre lo bello.
Más adelante, en la búsqueda de una génesis de lo ominoso, Freud descubre que es algo igualmente experimentable en el retorno de lo igual cuando dice:
También en otra serie de experiencias discernimos sin trabajo que es sólo el factor de la repetición no deliberada el que vuelve ominoso algo en sí mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario sólo habríamos hablado de “casualidades” (Freud, 1992, p. 237).
Esto quiere decir que el hecho de re-encontrarnos por aparente casualidad con algún objeto, persona o situación, genera en nosotros una angustia inexplicable, dada la fatalidad y el eterno retorno de lo mismo: el no poder entender racionalmente que dichos sucesos son meramente fortuitos nos transporta a un estado primitivo, donde podemos aceptarlo como algo mágico, y por lo tanto, real. Freud cree que a pesar de que dichas creencias antiguas han sido superadas, existe en cada uno de nosotros cierta reminiscencia de pensamiento primitivo, al cual recurrimos cuando no podemos explicar algo de manera racional, y es ahí donde surge otro elemento que daría origen al sentimiento de ominosidad: la omnipotencia de los pensamientos.
En el momento en que vivimos una situación de repetición no deliberada o algún complejo de castración, liberamos un poco de lo reprimido en el inconsciente por medio del sentimiento de lo ominoso, es decir, transformamos esa angustia en aras de volverlo “procesable” para nosotros mismos. El caso de la omnipotencia del pensamiento es un claro ejemplo, ya que al relacionar lo fortuito de nuestras circunstancias a fuerzas psíquicas logramos liberar esa angustia a través del asombro u horror que dicha experiencia nos causa y, al parecer, la magia o el animismo suelen ser los medios más comunes, según vimos. Ahora bien, a pesar de que Freud brinda algunas posibles respuestas sobre el origen del sentimiento de lo ominoso, más adelante nos dice que no siempre podemos encontrarlo de la misma manera y en las mismas formas, y realiza entonces una división entre lo ominoso del vivenciar y lo ominoso en la creación literaria, con la intención de evitar ambigüedades en la interpretación de sus teorías.
En el primer caso podemos incluir los factores relacionados con el animismo y la magia, la omnipotencia de los pensamientos y el nexo con la muerte. La vivencia de estas experiencias puede variar dependiendo del contenido de la represión originaria durante la infancia, que es de donde surgen precisamente todas las relaciones entre los factores que provocan la ominosidad y el sentimiento de la misma. En el segundo caso, Freud menciona que se pueden encontrar algunas paradojas, ya que, en la ficción, el lector se encuentra en una realidad donde los sucesos que lo perturbarían normalmente pueden ser vistos como algo casual, y ejemplifica con algunas novelas de Shakespeare como Hamlet y Macbeth, donde los espíritus y fantasmas forman parte crucial del entramado de la realidad ficticia. Por lo tanto, lo que bien puede causarnos el sentimiento de lo ominoso en la realidad, puede ni siquiera afectarnos al leer un cuento o una novela; sin embargo, puede suceder lo contrario, es decir, que la ficción puede abrir nuevas posibilidades para experimentar el horror y la angustia desde un contexto enteramente inventado: “la ficción abre al sentimiento ominoso nuevas posibilidades que faltan en el vivenciar” (Freud, 1992).
En suma, Freud explora los factores que pueden causar en nosotros algo muy cercano o idéntico a una experiencia estética en el sentir de lo ominoso y, a mi parecer, brinda cierta preponderancia a la creación literaria dada la arbitrariedad imaginativa que ésta puede suscitar, lo que también podemos corroborar a partir de sus conferencias sobre el arte y la sublimación de los instintos; ya que si lo ominoso es, según Schelling, algo destinado a permanecer oculto, bien puede resurgir a la luz de la creación artística.
Fuentes consultadas:
Freud, S. (1992), Obras completas, vol. XVII, tercera reimpresión en castellano, Argentina, Amorrortu.