Por Prett Rentería

Uno de mis fragmentos favoritos de la Antigüedad versa sobre la posibilidad de una misma naturaleza inmanente en todas las cosas, en los animales y en los hombres; la diferencia entre unos y otros se reduce a pequeñas variaciones de sus vulgares “envolturas de carne”: ya sean negras, blancas, amarillas, velludas o lampiñas. Esa naturaleza oculta en las cosas es siempre cambiante, según lo describe el filósofo con gran sencillez, pero, al mismo tiempo, permanente. Lo que a simple vista puede parecer una contradicción es en realidad el inicio de todo cambio, de modo que el continuo conflicto deviene motor de nuestras acciones.

Edvard Munch.
Edvard Munch.

Edvard Munch.

¿Podemos entonces concebir una crisis emocional como algo positivo?, ¿el fin de una época, de una serie de TV, de nuestra banda favorita, como símbolo de la llegada de algo mejor? Para muchas personas la respuesta es clara: NO. ¿Por qué dejar en el olvido algo tan bueno como Sex Pistols, AC/DC o ABBA (dirían unos)? Si después de todo escuchamos hasta el hartazgo que el mundo es de los aferrados, de los necios y de los constantes: “el que persevera, alcanza”, frase grabada en la memoria colectiva. Rendirse, sucumbir ante las nuevas modas musicales y abandonar los ideales sería la antítesis de esta primera afirmación; sin embargo, lo que bien puede funcionar para algunas personalidades testarudas puede resultar poco práctico para otras más livianas. A fin de cuentas recordemos que sólo se trata de contradicciones superficiales que orientan nuestras acciones individuales hacia un fin en común: la perseverancia por existir.

Edvard Munch.
Edvard Munch.

Edvard Munch.

Este vaivén de gentes que bailan, que gritan, que lloran, que ríen o que piden limosna, es más evidente en las calles de una ciudad tan grande y problemática como lo es la Ciudad de México. Pareciera que en determinadas colonias de la urbe el tiempo pasa más despacio que en otras, o que algunos personajes que “se quedaron en el avión” prefieren que así sea. Mientras unos punks atraviesan la Glorieta de Insurgentes, otrora lugar de encuentro de bohemios y beatniks, para reunirse en el Under, los oficinistas que salieron temprano por ser viernes se van quitando la corbata y el saco para llegar a tiempo a las retas en el Patrick Miller de la colonia Roma. Dos grupos de personas con gustos diferentes que se han reapropiado ciertos espacios de la metrópoli que les pertenecen, pero con el mismo ímpetu por celebrar la vida bailando y bebiendo, dejando de ser los mismos para ser otros, tal vez más ágiles en la pista, carismáticos, rudos o encabronados: al final de la noche las diferencias resultan ser ilusorias. El fragmento referido cobra entonces sentido si lo leemos a través de la ciudad, esa unidad de fuerzas superficialmente distintas pero que convergen en lo más profundo de su ser. Negarse u olvidar puede ser necesario para algunos, pero aferrarse, perseverar y afirmar siempre la vida puede funcionar perfecto para otros: al parecer, no hay respuestas universalmente válidas.

No obstante, si se tiene la capacidad de crear (lo que algunos llaman talento), de saber hacer, de re-articular o de transformar con lo que sea que se tenga disponible en el momento, sería desafortunado renunciar a ello. Es indistinto si se hace desde la melancolía o la alegría, siempre y cuando se lleve a cabo con integridad. Buscar no precisamente la belleza, la simetría o la armonía, sino alcanzar el conflicto en el corazón del laberinto y violentar con imágenes, música, contornos y colores la opacidad del cielo gris de la ciudad. Si bien todo cambia y nada permanece, los que quedan son testigos de lo que ya fue, pero también de lo que puede volver a ser, esta vez con matices distintos pero con la misma intensidad y vitalidad que siempre. YNOT?

Los extraños mantos de la carne