KILLING IT: Cuando desaparecer se vuelve aburrido

Por Marbrisa Teer-Veen

Supongamos que estamos en el circo y, a muchos metros sobre nuestras cabezas hay un acróbata caminando por la cuerda floja. Contenemos el aliento. Por momentos sus pasos son seguros, luego vacilantes y cuando parece que va a perder el equilibrio por completo para quebrarse la cabeza contra el piso, nuestro corazón se agita. Somos presas del espectáculo, respiramos su sudor, nuestra mirada está en los brazos del acróbata y secretamente deseamos que caiga para poder gritar horrorizados y ver su sangre correr por la arena.

 

Amanda Bynes. 2013.

Insertados como estamos en esta dinámica vouyerista, donde uno se exhibe y otro hace de espectador, las figuras públicas están sometidas siempre al voraz ojo de las masas que exige satisfacción sin tregua, como un bebé hambriento.

Todos somos exhibicionistas, por alguna razón nos gusta que los demás sepan lo que comimos, dónde estamos, cuánto corrimos, qué compramos y así hasta el infinito de nuestras actividades cotidianas, pero, entonces, ¿cómo es esto distinto para las personas famosas? Bueno, mientras que nosotros podemos decidir qué mostrar a los demás, ellos simplemente son acechados día y noche por ojos ajenos que esperan encontrar alguna disfunción: de vestuario, una infidelidad, gordura, granos, dientes amarillos. Sólo para expresarla de forma virtual o impresa. Así que, aunque tengan su cuenta de Instagram a la que suban fotos que quieren compartir, el resto de su vida (la privada) corre el peligro de volverse pública en cualquier momento. Esta amenaza basta para enloquecer a cualquiera. ¿Y qué hacen los locos? Lo que sea.

Las celebrities deben su éxito a la industria del espectáculo, es decir, a lo que ésta puede explotar de su imagen. Bien podemos decir que con lo que negocian es como la apariencia de sí mismos. Hasta aquí todo suena sencillo, obvio, quizás. Pero lo interesante no se asoma nunca antes de que la crisis lo haga. Cabe deducir que las celebridades tienen conciencia del fenómeno de la imagen en el que participan, pero también es posible que, no siento teóricos ni estetas, no tengan idea de hasta qué grado su comportamiento está dictado por la lógica del mercado en el que comercian. El exhibicionismo se convierte en norma de conducta y cuando la crisis irrumpe tampoco conocen una manera “sana” de lidiar con ella, como ninguna persona normal conoce forma sana de escapar del caos. Así que comienzan las vacilaciones en la cuerda, la cuerda floja parece más floja aún y, sin embargo, no vemos sangre en el piso, sino que seguimos observando durante horas cómo el acróbata lucha por su vida, da gritos, suplica, maldice sin poder caer, como si la cuerda floja y sus pies fueran uno. No pueden morir porque el show debe continuar. Ya nadie se suicida (digo esto de forma vaga e irresponsable).

Britney Spears. 2007

 

El compromiso de las celebridades (pacto firmado con el diablo en estado de ebriedad) es tan grande con el público ansioso-vouyerista que frente a una situación de crisis extrema, la posibilidad de suicidio no existe, sino que hay que seguir la representación, dejar que se documente bajo fondo del individuo en cuestión, digamos ya, Britney Spears.

Y disfrutamos la documentación de esta decadencia como el más delicioso espectáculo. El nuevo síntoma de crisis es raparse, hacerse tatuajes con frases o dibujos idiotas, engordar sin control, adelgazar sin control, cortes terribles de cabello, ir a la cárcel ocho veces, extirparse los senos, inyectarse demasiado colágeno, todo frente a las cámaras. La respuesta a la crisis es mutilación de la imagen. La existencia de las celebridades para el público es de mera apariencia, y cuando una determinada apariencia es destruida por su dueño podemos decir que el suicidio adquiere una dimensión virtual: suicidio estético.

 

Aaron Carter. 2017.

 

        Lindsay Lohan. 2013.

¿Quiénes se suicidan? Para cometer suicidio habría que considerar la vida, la existencia como algo incómodo y profundo, mientras que en la cultura actual nuestra vida es el pretexto para hacer un show, una representación. El suicidio es terminar la película sin siquiera pasar los créditos, no digamos ya el letrero de “Fin”.O es que todos somos ahora unas gallinitas temerosas que no sufren como se sufría en los tiempos del Romanticismo, en el que los suicidios estaban a la orden del día y las almas sufrían colectivamente y terminaban con sus vidas de forma trágica. Hoy, desaparecer sería aburrido, solamente quienes salen del círculo vicioso del espectáculo y sienten dolor insoportable comenten suicidio; mientras tanto, todos los demás, los que siguen atrapados en ese vórtice destructivo, siguen perdiendo los dientes y luciendo veinte años más viejos de lo que son.

Killing it: cuando desaparecer se vuelve aburrido