Por Evan Goodfellow

Ilustración: Ricardo Cavolo. Todos los derechos reservados.
Ilustración: Ricardo Cavolo. Todos los derechos reservados.

Ilustración: Ricardo Cavolo. Todos los derechos reservados.

Supe que pasaba del mediodía cuando el sol entró por mi ventana. Aquel era el día en que me iba a preparar para mi celebración navideña. Cada año alquilaba la suit pent-house en el Plaza Hotel, el mismo lugar donde se grabó mi segunda película Mi pobre angelito 2, armada con suficiente coca y éxtasis como para un ejército entero. Siempre contrataba a 10 modelos, o lo que Chad, el pimp, solía llamar modelos, pero a las que yo prefería decir prostitutas de alto nivel. El 23 de diciembre alrededor de las 5 pm, entraba en la suite con un kit de drogas y chicas, y no salía del hotel hasta que pasara la navidad y toda la gente atascada de pavo regresara a trabajar.

El teléfono sonó.

Era mi asistente Carla.

– Ey, Macaulay, ¿cómo estás?

– No lo sé, dímelo tú, Carla. Me encanaba escuchar a Carla, especialmente después de haberme fumado uno o dos porros. Era una lameculos que me hacía creer que el público aún estaba interesado en mí y que los estudios preguntaban por mí. Yo sabía que las únicas llamadas que recibía eran de la prensa revisando si era cierto el rumor de mi suicidio. O preguntando si en verdad era un adicto consumado.

homealone2.gif
homealone2.gif

– Bueno, tengo un par de libretos sobre mi escritorio que tal vez te interese leer.

– Quizá (ella y yo sabíamos que no iba a leer ningún libreto). ¿Ya está todo reservado en el Plaza?

– Por supuesto, cariño. Ya está todo listo. Me dijeron que esperaban con ansias tu estadía y que tenían preparados a dos miembros del staff, dispuestos a complacer cada capricho tuyo (Carla tartamudeó con nerviosismo). No vas a cometer ninguna locura, ¿verdad, Macaulay?

– No. Gracias, tengo que irme.

Colgué rápidamente y sentí cómo mis cachetes se levantaban mientras mi boca se abría en una sonrisa. Sonreía al pensar que Carla pasaría ahora su navidad preguntándose si yo sería llevado de emergencia a un hospital o a la cárcel, arruinando con ello su ascendente y futuro talento.

Al entrar a la suite miré el reloj. Eran las 5:54 pm, tenía exactamente una hora para recibir un masaje y un baño antes de que mis “mujeres de la noche” llegaran. Mi chofer ya había pasado por casa del dealer a recoger el paquete al que ya le había echado un ojo. Conseguí una bolsa de lona negra que pesaba aproximadamente unas 20 libras de toda clase de farmacéuticos imaginables, junto con instrucciones del dealer sobre qué y cómo mezclarlo. Sincronizaba mi bata blanca cuando tocaron a la puerta.

homealone3.jpg
homealone3.jpg

– Hola (dijo la primera prostituta que entró; luego entraron cuatro más de sus amigas). El resto llegará en unos diez minutos.

No me molesté en preguntar sus nombres. Señalé a la pelirroja, quien, después de quitarse un abrigo Burberry, reveló unas medias, un cinturón y lencería.

– Tú, cariño, puedes servir bebidas o cualquier otra cosa que queramos.

Mi atención se dirigió a la tele que pasaba en loop mi película Mi pobre angelito, con el volumen justo para escuchar durante los silencios.

A las diez de la noche iba y venía del mundo consciente. Éramos seis en la cama, todos besándonos, lamiéndonos y tocándonos. Había risillas, mientras algunas chicas platicaban entre sí. La chica con la que acababa de coger estaba encima de mí; era hermosa pero tonta. Podía notar que la inteligencia no era una de sus cualidades.

– Te gusta cogerme, ¿verdad? (le dije).

– Oh, sí, cógeme (me respondió con una sonrisa).

– ¿Qué quieres que te haga?

Lo pensó y lentamente dejó de remolinearse. Sonrió y de una carcajada me hizo salirme de ella.

– Quiero que…, (estaba borracha) no, no puedo (seguido de otra risa).

– Anda, linda, ¿qué? (dije).

– Quiero que te pongas las manos sobre los cachetes y grites “¡Ahhh!”, (dijo reventando en una carcajada histérica).

Mientras le salían las palabras de la boca, vi su rostro girar hacia la izquierda mientras mi dorso-mano se unía a ella.

– ¡Vete a la verga! (Señalé a sus amigos que se quedaron viendo preocupadas). Ustedes también. Las tres se vistieron mientras yo le hablaba a Chad.

– ¡Chad, pedazo de mierda!, una de las putas hizo referencia a Mi pobre angelito mientras me la cogía. Te dije que si eso volvía a pasar te iba a madrear.

– ¡Mierda, mierda, lo siento! Les voy a retorcer el cuello a esas perras. Esta navidad va por cuenta de la casa. Te mandaré más chicas. ¿Qué tan altas las… (su voz se escurrió de mis oídos para enfocar mi mirada en la tele.

Me detuve un momento y respiré profundamente. Miré el rostro de Devin Ratray y me pregunté por qué le sigo diciendo “Buzz”. La película iba en la parte en donde pongo las pelis de gánsteres. Me dio risa pensar en que Buzz sigue haciendo pequeños papeles en la tele que involucran a policías gordos o pedófilos. Ambos le quedan a la perfección.

Tuve un momento de alegría y genialidad mientras pensaba en algo gracioso. Les sonreí a las chicas que se vestían para irse.

– Ey, chicas, vengan para acá.

Me hice pendejo con el control unos diez minutos. Al señalar eso, miré alrededor de la mesa y saqué de mi bolsillo algunos billetes pequeños. Corrí de vuelta a la estancia. En la tele se escuchaban unos disparos cuando aventé los billetes y grité: “Quédense con el cambio, animales asquerosos”.

  • El presente texto fue tomado de Pánico No 16, 2015.

Kevin used to love christmas