Por Prett Rentería
En las recientes décadas hemos sido testigos de los grandes movimientos sociales alrededor del mundo con miles de mujeres, gays, lesbianas y demás personas consideradas como “minorías”, quienes buscan visibilizar la precariedad en la que viven y, así, romper el orden y la cotidianidad para ser escuchados.
El caso más reciente sucedió (y sigue) en Chile, cuando las masas se alzaron en contra de su gobierno debido al aumento del pasaje del metro, que al parecer fue la gota que derramó el vaso y evidenció un gobierno indolente y autoritario.
Pero si lo pensamos detenidamente, los movimientos de las mujeres (ya sean a favor de la despenalización del aborto, o a causa del alarmante número de feminicidios) son muy recientes, y si ampliamos el espectro de análisis nos daremos cuenta de que apenas durante la segunda mitad del siglo XX fue que surgieron los levantamientos de las masas a favor de la libertad e igualdad de derechos para todos: homosexuales, afrodescendientes, mujeres, personas no binarias, e incluso “otakus” (entrecomillo porque tal nombre podría ser ofensivo). ¿A qué se deben estas explosiones de rebeldía en apariencia instantáneas alrededor del globo?
La pregunta es más bien retórica, pues nos invita a revisar brevemente una obra escrita hace más de dos mil años en la antigua Grecia, se trata de Las bacantes, del escritor de tragedias Eurípides (480-406 a.C). La intención de recurrir a esta obra es observar de qué manera eso que ahora se le llama “desobediencia civil” es en realidad una práctica antiquísima.
La ciudad de Tebas es una polis griega bastante tranquila, donde los hombres salen a trabajar y las mujeres permanecen en casa atendiendo los quehaceres domésticos, todo bajo el noble gobierno del rey Penteo, hombre de gran rectitud moral; cabe mencionar que no contaré toda la historia, pero sí las partes que considero necesarias para señalar las similitudes con los acontecimientos actuales.
Bien, el dios del vino, de la cosecha y también del éxtasis, Dionisios, llega a Tebas desde Asia Menor, esparciendo la semilla de la vid y con ello brindando alegría a los hombres, pero al llegar a la organizada y eficiente ciudad de Tebas se topa con Penteo, el rey, quien admite las acusaciones de sus conciudadanos de que este dios extranjero pervierte a mujeres y hombres por igual, invitándolos a salvajes orgías de sexo y desenfreno en los montes. Por lo cual, Penteo expulsa a Dionisios de Tebas. El dios, furioso por la descortesía y falta de hospitalidad, adopta una apariencia femenina, el andrógino más seductor que uno podría imaginar, para embelesar a gran parte de los ciudadanos y llevarlos al monte; entonces, el rey Penteo decide seguirlo para encontrarse con una horrible escena: las bacantes (seguidoras humanas de Dionisios) despedazando animales y comiéndolos con las manos, con los rostros y las ropas ensangrentadas y con los ojos en blanco. En un descuido de Penteo es descubierto, para su sorpresa, por su propia madre Ágave, quien lo toma de los cabellos y lo entrega a la turba iracunda y embrutecida que lo desmiembra vivo. Evidentemente, al día siguiente nadie recuerda lo sucedido, y Ágave, al enterarse de lo que hizo, enloquece.
¿A qué voy con esta parca explicación de Las bacantes? Pues justo a señalar (al menos alegóricamente) que el exceso de represión y de orden en Tebas bajo el gobierno de Penteo desencadenó un sangriento frenesí como reacción ante el tedio y la falsedad de las conductas de los humanos que viven en comunidad.
Como leí por ahí: “las tradiciones más férreas crean a los mejores rebeldes” , lo cual hace bastante sentido si hacemos una analogía entre las mujeres tebanas recluidas en la cocina y las tareas domésticas (la mujer en la antigua Grecia carecía del estatus de ciudadano), y lo acontecido recientemente con la llamada “marea verde”, ríos de féminas que desbordan las principales avenidas en distintas ciudades que exigen con furia que se les reconozca el derecho para decidir sobre sí mismas y sobre sus cuerpos.
Finalmente, por más curioso que pueda sonar, fue apenas hace un par de décadas que se aprobó el voto femenino en Latinoamérica, fue un gran inicio para lo que viene, porque estas “bacantes” no están embrutecidas por el vino, sino por la rabia ante los gobiernos y la sociedad indolente que las quiere silenciar.