Era el año 2017. Volé más de 10,000 km con una maleta ligera y un bebé de 7 meses que crecía en mi vientre. Pese a todas las indicaciones médicas que se contraponían a este viaje al otro lado del mundo -si lo vemos desde una perspectiva eurocéntrica-, tenía una cámara que usaba poco en ese momento y unas ganas tremendas para verificar que realmente existía esa tierra lejana habitada por humanos con un idioma tan extraño.

No llevaba una narrativa trazada para planear mis fotos. Quería darle esa responsabilidad a la cámara que mis manos sostenían y descubrir la historia que contarían las imágenes. En esos lugares, tan nuevos visualmente para mí, pude haber cerrado los ojos y únicamente disparar y estoy segura que el resultado hubiera sido una gran historia.

Siento que una parte importante de mi inspiración viene de Japón y que una parte de mí se quedó allá, a más de 10,000 km, y yo únicamente traje de vuelta estas fotos, que a ratos pienso que ni yo misma tomé y que continúan contándome historias nuevas a pesar de lo años.