El nombre propio

Texto:  E. De Gortari

Fotos: Yvonne Venegas

Si este fuera el día de tu nacimiento, ¿qué nombre elegirías para llevar por el resto de tus días?

Como la familia, la nacionalidad y el idioma, el nombre es de las características cruciales de la vida en las que casi nunca se toma en cuenta la opinión de quien va a vivirla; y más de uno no podría con semejante decisión. En cambio, estos cinco chicos tienen en común haber elegido un nombre durante un segundo bautizo: un remanso de libertad y júbilo tras los años en que no vivieron para sí mismos sino para otros; una mínima revancha que llegó cuando decidieron imponer su voluntad en esa otra característica crucial que nadie te consulta al nacer: el género. 

Son cincos chicos trans que optaron por un nuevo nombre el día en que decidieron tomar las riendas de su cuerpo. Pero antes de bautizar un continente, primero tienes que llegar a él: hay quien descubre que es trans como una revelación; hay quien siempre tuvo claro quién era y a dónde quería llegar; y hay quien convive por años con una íntima disconformidad: no te sientes bien en ningún lugar del mundo, porque tu propio cuerpo es un lugar donde no te sientes bienvenido:

 

 
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“Desde chiquito sabía que había algo distinto en mí. Primero salí del clóset como lesbiana y me di cuenta que eso no era, que había algo más. Pasó el tiempo y empecé a caer en una depresión extraña, de no saber qué pasaba conmigo, al pun- to de dejar de salir con mis amigos, porque ya no me sentía cómodo, ni con mi apariencia ni con mi cuerpo ni con mi voz, vaya, ni con mi nombre”.

 

Se llama Mauro, tiene 23 años y es un actor que no esconde su aprecio por las cámaras. Me cuesta trabajo creerle cuando con- fiesa que no siempre fue así de extrovertido. El cambio empezó cuando llegó a una fiesta familiar con un anuncio implícito en la vestimenta: “llegué de traje, con el pelo corto y todos dijeron ‘ok’. Nunca me preguntaron cosas personales. A lo mucho cómo me sentía. Todo fue muy fluido”.

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Ahora planea vivir en Nueva York con su novia. Ambos buscan perfeccionar sus habilidades histriónicas y de momento su única duda es si debe o no incluir al perro en la mudanza internacional que hará con una chica que lo conoció tras hacer la transición: “Ella me conoció como Mauro. Sin embargo, le encantan las fotos de chiquito y de mi adolescencia. Le impresiona el cambio. Dice que cuando ve las fotos reconoce más cómo soy otra persona.” Pero a veces es más difícil dar la noticia a quienes te conocen desde siempre; pero incluso ahí se sintió comprendido: cuando salió del clóset con su madre, ella solo le dijo “ya te habías tarda- do”. Para ese entonces, luego del descubrimiento y la investiga- ción, ya había acudido a otro miembro de su familia: “La primera persona a la que le conté fue mi hermanita. Ella tenía una idea, le conté, me apoyó y hasta me ayudó a encontrar mi nombre”.

 

Como algunos trámites y algunas revoluciones, hay verdades cuya llegada es inevitable, pero esta se posterga en medio de certezas provisionales. En el camino hacia sí mismos, muchas personas trans salen del clóset más de una vez. Adrián llegó a casa en tres ocasiones con tres descubrimientos distintos: “Salí como tres veces del clóset. A los diecisiete como mujer lesbiana. Como mujer nunca me sentí cómodo estando con un hombre. Pero salí con niñas y sentí que también había algo no resuelto. A los diecinueve salí del clóset como trans y empecé mi transición. Hace como un año y medio salí del clóset como hombre gay. Siempre me habían gustado los hombres, pero el problema era mi identidad. El problema era saber con quién quería estar a partir de lo que era yo.”

 

De 24 años, ahora divide su vida entre el trabajo y el oficio de ilustrar. Desde la cuenta de @transmasculinos, Adrían retrata hombres ajenos a la norma y los estereotipos. Acaso, esta labor activista le ha sido útil para entender las luchas de su colectivo, pero también diagnosticar la transfobia de un sector de la co- munidad gay:

 

“Cuando salí del clóset como hombre gay me di cuenta que para la mayoría de la comunidad vales por tu culo o por tu pito. Entonces fue como: ¿y yo cómo voy a entrar en esta comunidad cuando carezco de falo? Estoy conforme con mi cuerpo actual- mente. No necesito un falo”.

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Tiene dos nombres; uno lo escogió tras peinar los catálogos de nombres para bebés, pero el otro fue puesto por sus amigos: “Me gustaba mucho la música de Luis Miguel y cuando empecé a cambiar mi ropa me empecé a vestir con pantalón caqui, ca- misita y mocasines. Mis amigos empezaron a decir “Javi Noble’. Hasta que en un momento me empezaron a decir ‘tienes cara de Javier’. Y dije, ‘sí, soy Javier’. ‘Adrían’ sí lo escogí yo, lo encon- tré revisando nombres de bebés. Me gustó lo que significaba: ‘aquel que viene del mar’. La mayor parte de mi vida viví en Los Cabos y siempre tuve esa relación fuerte con el mar.”

Muy lejos de Adrián, quien recibió la ayuda accidental de sus amigos en un segundo bautizo, está Ano, quien vio en su actual nombre una extensión de su labor como artista. Sabe perfecta- mente que las leyes le impedirían portar esa referencia anatómi- ca en una credencial, pero tiene otras opciones que no renun- cian a posicionarse fuera de la norma:

“Me gusta mucho Ano e igual todos me dicen Ano. Ahora estoy bus- cando palabras que me gustan y me gusta mucho la palabra Piedra.” Además de ser DJ y tatuar, tiene una obra artística fuertemente anclada en lo monstruoso y lo provocador:

“Esta conexión con el terror y lo monstruoso la tengo desde chi- quito. Toda la familia de mi papá es médico. Mi hermano estudió medicina y siempre me metía a su cuarto a ver libros de enfer- medades físicas y me la pasaba viendo gente con deformacio- nes y heridas, todo lo mórbido. Ahora creo que en ese entonces la carne me parecía asexual. Era como ver algo modificado pero natural, que no era ni de chico ni de chica.”

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A él le hago notar que los cinco entrevistados tienen en común los tatuajes, además de acudir a la Clínica Condesa, el lugar pio- nero en México a donde acude la población trans de la Ciudad de México. La respuesta de Ano, como tatuador que además porta diseños en la sien y las manos, no me deja inconforme: “El tatuaje es una modificación del cuerpo y cuando empecé a tatuar y a tatuarme me empezó a gustar más mi cuerpo. Hay quien lo hace para sentirse más ellos mismos.”

 

Su posición al respecto no es distinta de la de Aletze:
“La mayoría de mis amigos trans tienen tatuajes, y todos tene- mos en común que en algún momento de nuestras vidas todos hemos estado en contacto con actividades artísticas, en concre- to al dibujo. No sé si tengamos una ‘percepción sensorial’ más amplia del mundo de alguna manera por tener dos vivencias distintas, en el sentido de que mucho tiempo vivimos como chi- cas y en algún momento empezamos a vivirnos como hombres,

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o como personas no binarias, como también puede ser el caso. Finalmente, el tatuaje habla de una autonomía con el cuerpo porque es algo que estás realizando en tu piel.”

 

Además de su trabajo, Aletze lleva un año al frente del sitio Her- manxs, que ha logrado ser una puerta abierta para la comuni- dad de hombres trans. En siete años de transición, Aletze pasó de no saber cómo conectarse con otras personas trans, a abrir un sitio para ellos, donde se privilegia la identificación mutua. No es de sorprender que su sitio abogue por ser un espejo de cómo viven otros chicos trans, cuando su propio nombre es un literal reflejo del de su madre:

 

“Mi primer nombre, Aletze, es mi nombre de nacimiento. Así me puso mi mamá. Mi mamá se llama Estela y Aletze es su nombre al revés, pero escrito con Z. Mi segundo nombre era Tatiana, yo lo odiaba porque grita feminidad. Ese fue el que terminé cam- biando. Elegí Sebastián porque en algún momento lo platiqué con mi mamá y le pregunté por el nombre que me hubieran puesto si hubiera nacido niño; mi memoria dice que en algún momento mencionó el nombre de Sebastián.”

 

Los cambios de alguien en transición con testosterona no son solo físicos: hay quien cambia de humor, hay quien percibe un enorme aumento de la libido, hay quien pierde la capacidad de

 

ejecutar múltiples tareas simultáneas. Pero hay otros cambios que ocurren en el entorno; y así como Aletze ahora es muy consciente de los privilegios asociados a ser varón, también se percata de que las categorías van mutando y que la transición también que ocurre en el entorno:

 

“A pesar de que llegue, por así decirlo, a mi cuerpo ideal, no creo que dejemos de transicionar en ningún momento. Todo el tiempo encuentro algo nuevo, y no nada más sobre mí, sino de las demás personas trans, no solo en el mundo sino aquí en México, aquí en mi ciudad. Y ese choque y ese cambio de perspectiva me cambia a mí también. Soy de la idea de que todo el tiempo estamos en transición y no solo yo por ser trans; los que me conocen, y los que me conocieron como chica antes, también están de alguna manera en un tipo de transición. Como mi papá, que aún choca con su hija-hijo, pero está también en transición.”

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Así como Ano espiaba los libros de texto de su hermano, Adrián encontró una suerte de identificación primigenia con el mar, o Mauro descubrió una vocación camaleónica sobre el escenario, Aletze acudió a una suerte de presagio en una cancha, antes de descubrir su identidad de la mano de una novia:

 

“Me gusta el fútbol y lo jugué. En secundaria estuve en un equi- po femenil y en prepa ya no existía el equipo, así me jalaron al

 

equipo de los chavos para los partidos interescolares porque me habían visto jugar. No nada más reconocieron que era bueno jugando fútbol, sino que me reconocieron como uno de ellos, no como la chica de relleno, fui uno de ellos, incluso para el direc- tor, que fue el que me propuso.”

 

Esta clase de identificación reveladora llegó a Diego por medio de una amistad. ¿Qué amistad auténtica no incluye admiración y un reflejo en el otro?

 

“El nombre de Diego nació porque yo admiraba muchísimo en primaria a un compañero que se llamaba así, él canta e incluso sacó su disco y se fue a España. Y yo decía ‘si hubiera nacido niño’, un niño cisgénero, ‘creo que hubiera sido como él’, porque le apasionaba la música y me llevaba bien con él. Ya cuando iba a salir del clóset, una chica trans que fue mi primer novia me preguntó cuál era mi nombre; le dije ‘soy Diego’. Emilio lo elegí porque ese nombre le gustaba a mi mamá. Este amigo Die- go sabe que elegí mi nombre por él y que fue porque siempre me identifiqué con él. Además, seguimos teniendo en común la música. Aunque también siempre me gustó Diego por Dora la exploradora.”

 

Ahora tiene 20 años y también es músico como su amigo de la infancia. De noche es DJ y de día lleva la sección trans del sitio

 

Escándala. Llegó a ese puesto tras una muy afortunada actua- ción en el carro alegórico de la revista durante una Marcha por el Orgullo.

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Ninguna de estas actividades sería posible sin el apoyo y com- prensión de sus padres, a quienes reconoce el ánimo de conci- liar las expectativas rotas con el cariño irrenunciable:
“Mi familia se lo tomó un poco loco cuando dije que era lesbia- na, pero lo aceptaron, pero fue distinto cuando dije ‘soy hombre trans’. Ahí sí vino un problema. Pero lo entiendo. Como padres debe ser difícil porque, quieras o no, tú engendraste algo y diste a luz a alguien. Tienes esa educación en una sociedad machista donde piensas: ‘pero cómo, yo pensaba que se iba a casar, que iba a usar vestido de quince años y me rompe todos los esque- mas’. Es comprensible que lo hayan aceptado y a la vez les haya costado. Tengo una hermana psicoanalista y ella admite que es distinto tener un paciente así a que alguien de tu familia te diga que es trans.”

 

No en todos los casos la aceptación fue inmediata, pero tam- poco en todos los casos el rechazo social fue tajante. Eso sí: en todos los casos, lo que ocurre con sus cuerpos, desde las

 

hormonas hasta los tatuajes, incide en el entorno. Así como Ano convive con sus senos sin que estos lo hagan menos hombre y Adrían sabe que un hombre gay no pone en riesgo su orienta- ción si se enamora de él:

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“No estoy en el cuerpo equivocado. Este es mi cuerpo. Esta es mi vulva de hombre.”
Elegí centrarme en la historia detrás de sus nombres porque fue acaso la primera ocasión en que su voluntad se impuso por encima de las voces que a lo largo de la vida les quisieron decir quiénes eran y cómo debían vivir. En honor a quienes cambiaron su vida radicalmente a partir de la elección de un nombre, yo por esta ocasión no pondré el mío.

 

E. de Gortari

 

E. de Gortari (Ciudad de México, 1988), ha publicado el libro de cuentos Himnos (Paraíso Perdido, 2017) y el poemario Código Konami (Literal, 2015), entre otros títulos. Su novela Los subur- bios (Cuneta, 2015) fue votada como mejor novela juvenil del año por los usuarios de la revista Lector en Chile y elegida como una de las mejores novelas del 2015 por el diario Reforma. Ha colaborado en medios como Proceso y Letras Libres.

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