¿Pedir perdón?
Por Gonzalo Chávez Salazar
Ilustración: Alejandra Acosta
¿Acaso el perdón debe pasar por las palabras o bien pasar de ellas?
Jacques Derrida
¡Perdón! ¿Qué es lo que se dice cuando se exclama perdón?, mejor aún, ¿qué es lo que se pide cuando se demanda perdón? Les pido perdón, signifique lo que esto signifique. Así comenzó una de las sesiones en el Centro Femenil de Reinserción Social “Rosario Castellanos”. “Perdón por la demora”, inicié, y como respuesta recibí una interpelación aún más contundente, “yo no soporto pedir perdón, profesor, por ello no ofendo, no ofendo para no verme en la necesidad de pedir perdón”. Sentencia que, sin duda, rondó mi cabeza por más de un par de días.
Sin embargo, los días y las reflexiones dentro del espacio de reclusión no se hicieron esperar. De nuevo y sobre la mesa el perdón no como tema, sino como problema, acaparó las intervenciones en clase. Mientras reconocían y asumían las faltas cometidas, es decir, los perjuicios realizados o simulados por cada una de las reclusas, sus voces se increpaban insistentemente. Una suerte de arrepentimiento se emplazaba como espacio unívoco, como centro desde el cual es posible partir, pero también regresar. Las promesas de reparación sobre la posibilidad de un afuera restituido se hacían notar en sus diversas formas, en sus diferenciadas intensidades y sus particulares tesituras. El arrepentimiento se había grabado en la superficie y el relieve de sus cuerpos, no obstante, permanecen escépticas sobre cuál es la ruta o el camino idóneo para la reconciliación, de ellas mismas y con los otros; perdón, pedir perdón parece la ruta correcta.
“Pedir perdón y continuar”, dice una de las reas, “ofrecer”, dice otra, “pedir “perdón sin olvidar”, se alcanza a escuchar; en todos los casos, se hace explícita la confesión de una falta cometida. Al parecer, todas necesitan del perdón de la misma forma, es decir, ¿el perdón nace de una forma y en todos los casos decanta de la misma? El perdón, de inmediato, instala una lógica y un escenario de arrepentimiento, pero, del mismo modo, da cuenta de lo abusivo que puede jugarse la simple solicitud de un perdón, ¡te pido perdón!, ¡les pido perdón! Porque pedir perdón no ejerce el mismo poderío que darlo. Pedir perdón para no darlo, para no ofrecerlo. En la perspectiva del filósofo John L. Austin, los “actos de habla” son enunciaciones que no sólo dicen, sino que también hacen. El acto ilocutorio [1] despliega a la vez que ejecuta, por ello, el perdón no sólo admite una carga semántica y de sentido, sino también de acontecimiento. El perdón no sólo se enuncia, sino acontece en su mismo decir. Por ello, decir perdón es hacer perdonar.
“Más que un acto de la moralidad, la construcción del perdón se enfrenta como acontecimiento político generado desde el lenguaje, desde los actos que no sólo dicen, sino que hacen, enuncian a la vez que actúan, escriben a la vez que hacen perdonar. ”
Empero, el trabajo de horadar en torno o sobre el perdón no concluye con las reclusas, pues ellas tienen en claro el carácter performático del perdón dentro de un espacio sitiado. Pues, ¿cómo salir de la falsa pretensión de inocencia o de no culpabilidad que de momento puede instalar la petición del perdón? Es decir, desde dónde aún es posible reinventar, es instancia del lenguaje, de otras gramáticas y de diversas sintaxis que generan expresiones genuinas del perdón. La propuesta de la escritura como perdón se apropia de las intervenciones. Sí, la escritura, la escritura en tanto proceso no de sanación, sino como proceso de reconciliación. La escritura, provisionalmente, genera espacios y gramáticas que devienen acto político, es decir, que reorganiza afectos, acontecimientos y, por qué no, corporalidades. Escribir para reagrupar fuerzas de esperanza y del porvenir. Más que un acto de la moralidad, la construcción del perdón se enfrenta como acontecimiento político generado desde el lenguaje, desde los actos que no sólo dicen, sino que hacen, enuncian a la vez que actúan, escriben a la vez que hacen perdonar.
La escritura como perdón asume un proceso, no finalidades de una falsa pretensión. Pedir perdón o perdonar en un espacio de reclusión no es cosa menor, mucho menos un simple acto de elocución, aunque en momentos sea la estrategia, porque a veces la vida puede más que el perdón; incluso, en estos casos, el perdón no es sólo un decir, es una promesa del porvenir. Para las reclusas, el acto mismo de pedir perdón no vira hacia un objetivo vacuo, sino a un proceso de creación, el perdón, en ese sentido, no se pide, no se exige, sino se construye en la escritura, en todo acto creativo que reorganice las sensibilidades y el entendimiento.
[1] Según las teorías de John L. Austin, el acto ilocutorio representa la intencionalidad en lo que se dice.