Dennis Hopper: Wild Heart
Por Sergio Orospe
Ilustración: Victor Wolf
Decimos que estamos tocando fondo cuando nos encontramos en una situación crítica de nuestras vidas. El término es muy relativo, pues lo que para uno podría ser una situación terrible o un comportamiento problemático, para el otro puede ser cosa de todos los días. Pero cuando tienes que tomar más de medio galón de ron (o 28 cervezas si resulta que no hubo ron) y 3 gramos de cocaína al día para poder sobrevivir, no hay duda que ese fondo se ha tocado. Y eso fue lo que le pasó a Dennis Hopper.
Hopper nació en 1936, hijo de un espía norteamericano y una perturbada mujer instructora de guardaespaldas que representaría a los Estados Unidos en los juegos Olímpicos de la Alemania Nazi ese mismo año. Su embarazo detuvo ese sueño y no pasó un solo día sin que ella se lo reprochara cruelmente a Dennis. No es de sorprender que a los 13 años escapó por primera vez de casa y a los 18 se marchó para nunca volver. Hasta que fue un anciano nunca dejó de hablar mal de sus padres y manifestar su rencor y relación de amor/odio con ellos.
“Fui beatnik, después de eso fui hippie y mucho antes de eso fui bohemio” dijo en algún punto de los 70’s en un programa de TV. Lo cierto es que fue eso y mucho más: actor en más de 150 filmes – debutando junto a James Dean en Rebelde sin causa -, director – su ópera prima fue el homenaje a la contracultura que es Easy Rider – coleccionista de arte, pintor, guionista, cronista de su tiempo y fotógrafo. Tanta era la pasión de Hopper por la fotografía que se ganó el mote de “el turista” por la cámara Nikon que siempre traía colgada al cuello. Al mismo tiempo que filmaba bajo los efectos del LSD en la carretera con los Hell Angels u organizaba fiestas llenas de celebridades en su casa llena de obra de arte, Hopper obtenía impecables e íntimos retratos de sus amigos, personalidades como Paul Newman, William Burroughs, Miles Davis o Natalie Wood.
Si bien en algún momento y gracias a Easy Rider, Hopper se convirtió en el director más redituable de Hollywood, y después en el más polémico gracias a The last film, y sus historias de excesos sexuales y drogas en la comunidad peruana donde la filmo, el trabajo por el que es más famoso y recordado es el de la actuación. Y esto es comprensible: al estar en aquella jungla filipina donde Coppola decidió filmar su enajenada visión del fracaso del sueño americano, Hopper se convirtió literalmente en aquel enloquecido corresponsal de guerra que se desmoronaba en el infierno de Vietnam en Apocalypse Now. Y años después, en su regreso al mundo del cine, atemorizó a muchos con su oscura interpretación del psicópata Frank Booth en Blue Velvet, todo esto gracias al método de actuación que aprendió de James Dean para ser los personajes y no actuarlos.
La película de David Lynch fue su regreso porque Dennis estuvo ausente un par de años… y ahí es cuando regresamos a aquel fondo del cuál hablábamos en un inicio… si bien toda su vida estuvo marcada por excesos y una intensidad que solo pocos pueden soportar, fue a inicios de los ochentas cuando las cosas se salieron de control. Primero con su viaje a Houston con el pretexto de filmar una película pero con la oculta intención de llevar a cabo el Russian death chair act: en medio de una carretera de Texas y frente a una pequeña multitud de amigos y curiosos, Hopper se sentó en una silla que estaba colocada sobre 6 cartuchos de dinamita y los hizo explotar… sobrevivió, pero solo para viajar a la jungla del sur de México donde filmaría Jungle Fever. Fue ahí cuando tuvo una sobredosis de alucinógenos y fue encontrado por la policía masturbándose con un árbol y diciendo que “era una galaxia”. Lo despidieron y en el vuelo de regreso a los Estados Unidos fue declarado clínicamente como enfermo mental.
Lejos de haber sido un final, ese colapso fue un renacer para el multifacético hombre que alguna vez recibía Hell Angels y a todo el underground en su mansión de Palm Springs. Volvió a hacerse de una respetable colección de arte – la primera, que estaba compuesta de obra de Warhol, Lichtenstein o Ruscha y tenía un valor estimado de 40 millones de dólares, la perdió en su primer divorcio – apareció en otras 50 películas más, siguió haciendo fotografía, escribió guiones, tuvo una exposición de sus retratos y pinturas que le dio la vuelta al mundo y dejó claro que cuando la creatividad, la intensidad y una apabullante energía como la suya se juntan, no hay casi nada que lo pueda parar. Solo el cáncer lo frenó en 2010, a los 74 años y con una vida que al parecer es imposible de contar completa…