Foto diario: Chiapas por primera vez

Por Mariana Martínez 

Viajé en carretera, me perdí en la sierra,

caminé en la acera y en la arena,

surqué una decena de veredas

y conseguí un aventón en la parte

trasera de una camioneta.

 

Encontré un lago, encontré otro,

múltiples cascadas y una colina envuelta de brisa;

entre bosque y bruma vi a un par de caballos a lo lejos.

 

De día escuché la música del pueblo,

de noche, música de la tierra;

tomé un tuk tuk guatemalteco

y toqué aguas chiapanecas.

 

Viajé en balsa y escuché el viento,

el mar, las aves, las voces,

las historias de José, y la mía.

Esta serie de fotografías fueron capturadas en Comitán, Chiapa de Corzo, San Cristóbal de las Casas, el Cañón del Sumidero, Palenque, las cascadas de Agua Azul y Velo de Novia, Tuxtla Gutiérrez, la Trinitaria, la frontera que nos une con Guatemala y otros tantos más.

Conocí Chiapas por primera vez en diciembre de 2015, un poco antes de las festividades decembrinas, yo tenía unos 20 años. Me había tomado uno de esos tours que te llevan por muchos lugares a bajo costo porque era lo que me podía pagar: un recorrido de catorce horas desde la Ciudad de México tomando la ruta más larga hasta la primera parada en Chiapa de Corzo, en un camión un poco destartalado que atravesaba cuidadosamente la niebla.

Un sol abrumador y una sombra de alivio, un camino pedregoso rodeado de árboles, el mejor café en la mañana acompañado de las risas de los niños jugando afuera de la fondita de la señora Hortensia, el clásico pitido del tuk tuk y el viento seco de aquel día; los murmullos de los marchantes del mercado. la marimba de los Ecos del Quetzal haciendo juego con las incansables voces de los comerciantes anunciando los precios de los zapatitos de tela, los chales y los souvenirs guatemaltecos (traídos de China, seguramente).

José me contaba que ganaba unos $150 pesos al día por llevar a la gente a pasear por los lagos, el mayor porcentaje se lo queda otro señor que los contrata y les presta las balsitas hechas con troncos, también me contaba que vende verduras, pero la mayor parte del tiempo se la pasa aquí haciendo brazo, y que una vez le encontraron forma de gorila a una de las mesetas que rodean los lagos y le pusieron King Kong para atraer a más gente.

Por un lado, las percusiones de los hippies que se ganan la vida tocando y disfrutando mientras viajan por el mundo, y por el otro, los danzantes prehispánicos que le hacían un performance a sus dioses y al público visitante; las aguas tranquilas de los lagos y las más escandalosas de las cascadas, el aroma ahumado y el humo de los anafres, las parrillas y los comales que se camuflaban con las nubes, lo recuerdo todo.

Chiapas ha sido una de las experiencias más bellas que he vivido y uno de los lugares más hermosos que he visitado en muchos sentidos: en sus paisajes, su gente, su comida, su cultura. Puedo decir que fue un viaje que me permitió tener un acercamiento más íntimo conmigo y que también me dio la fuerza para aventurarme con mis medios, mi desconocimiento y mis tropiezos en lugares desconocidos; acercarme a preguntar a alguien para dar con un lugar, observar, potenciar mi sentido de la ubicación, a no ponerme exigente con las condiciones que me rodeaban y también a encontrarle un nuevo valor a la fotografía, quien se había convertido en mi mejor compañera y en mi vehículo inmediato para hacerle frente a mi problema de memoria.

 

Al final esa es la magia y la alusión, ves una fotografía y recuerdas absolutamente todo, qué clima hacía, el aroma alrededor, los sonidos o el silencio envolvente, lo que habías comido, con quién habías hablado y de qué, cómo te sentías y qué pasaba por tu cabeza a la hora de tomar una foto en particular.

 

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