Las damas del cine negro nacional

Por Óscar Franco 

La década de los años setenta en México dio pie a la revolución cultural que desencadenó un cine contemporáneo de corto negro. Basado en el expresionismo europeo de los sesenta, en México se empezaron a producir filmes de géneros tan variados como el noir; dramas románticos y thrillers psicológicos, pero también se dio entrada a géneros menos comerciales como el cine de explotación (famoso en Italia por producciones de Mario Bava y el cine de caníbales), sin embargo, en el territorio mexicano el denominado cine negro se mezclaría con el dramático, dando pie a producciones llenas de melancolía en su mayoría.

Si bien el cine noir en su representación más anglosajona versa sobre historias de detectives y de crímenes sin resolver, algo que podría definir el tipo de filmes hechos en México sería el concepto de lo telenovelesco: historias de romances prohibidos con finales catastróficos y con una buena cantidad de ultra violencia y sexualidad desmedida eran las producciones que abundaban los cines del país en la época. Estos dos elementos fueron el parteaguas a tomar de distintos directores de vanguardia, que buscaban encontrar un punto de crítica social y política disfrazando las producciones de dramas cotidianos.

Estandartes del cine negro mexicano

Las mujeres de la ya mencionada ola de cine negro aportaron a la industria un toque de libertad sexual y un erotismo desmedido, actrices sin miedo a la crítica o las opiniones sobre la supuesta inmoralidad que representaban y con la cual tenían que cargar cada día del rodaje, aliadas de los directores que no tenían miedo de experimentar o de llevar a la pantalla historias de un carácter violento y sexual.

Un buen ejemplo de estas nociones sería el controversial filme La primavera de los escorpiones (1973) protagonizada por la recién fallecida y reina del género Isela Vega y dirigida por Francisco del Villar. El filme fue controversial en su momento por la temática homosexual e incestuosa en la que retrata el amor prohibido y violento de un padre hacia su propio hijo. Isela Vega cumple el papel de una femme fatale seduciendo al hijo, pero siendo partícipe en los encuentros sexuales entre él y su padre. Vega es erótica pero elegante durante el largometraje, sabiendo bien cuál es el tema Vega se entrega de lleno al personaje incluso si la moral de la obra contradice sus propias convicciones, cumpliendo el papel de esposa sumisa, pero al mismo tiempo una bestia sexual desinteresada. 

Este mismo compromiso con el personaje definiría la filmografía de Isela Vega en años posteriores, siempre honesta a participar en experimentos fílmicos que sumen algo más que una experiencia de entretenimiento (por no mencionar su extenso catálogo de obras de teatro experimental y su alianza creativa con Alejandro Jodorowsky), intentando realzar lo más oscuro de cada una de sus interpretaciones.

Isela Vega

En el destacable filme de culto Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) una producción americana de coproducción mexicana dirigida por Sam Pekinpah y protagonizada por la sensación de la época Warren Oates, interpreta a una trabajadora sexual de Ciudad Juárez que se ve involucrada con el personaje de Warren Oates por cuestiones monetarias, una vez más su papel se desarrolla en el ámbito de ser la dama cruel y despiadada del filme; no obstante, su personaje es de suma importancia no solo como elemento erótico sino también como un elemento narrativo crucial en el largometraje. El personaje nunca titubea ni se doblega a los personajes masculinos ni a la idea de ser el interés romántico del protagonista, el personaje de Vega usa su sexualidad como un arma por sus propios intereses (elemento que definiría la mayoría de sus personajes en la década de los setenta), su sexualidad no es para el disfrute del espectador sino sólo una característica del papel que está interpretando, una herramienta de doble filo que le dio reconocimiento como actriz pero que también la condenó erróneamente como exhibicionista, hasta que en posteriores años demostró al público el ser una gran actriz del método y una ganadora de más de cinco premios Ariel a Mejor actriz.

El título de sex symbol no sólo definiría a Isela Vega en los setenta (aunque sí le daría cierta fama por ser la primera mexicana en posar para la revista Playboy), sino también a varias actrices del género que cruzarían las barreras del cine comercial, una de estas intérpretes fue Mercedes “Meche” Carreño (Veracruz, 1947), famosa vedette y sex symbol convertida en actriz con auge en los setenta. Se podría considerar que Carreño como actriz es una consecuencia absoluta del cine de ficheras, pero que ella como intérprete haya preferido protagonizar tortuosos dramas y thrillers explícitos habla mucho de ella como actriz.

Meche Carreño

Las producciones en las que Carreño protagonizaría serian un tanto más complejas a otras de sus contemporáneas, el cine en el que se le veía usualmente era de carácter erótico y violento referenciando al cine de explotación italiano, un buen ejemplo de esto sería el filme La choca (1972), en el que Carreño interpreta a una lugareña explotada y abusada por hombres colonizadores en una selva. El filme es completamente explícito en cada una de las escenas en las que Carreño aparece (en la mayor parte del metraje está desnuda y se hacen acercamientos a sus senos), ella siempre vista por el personaje masculino como una criatura inocente y virginal, este aspecto para bien o para mal sería la característica que definiría la filmografía de Carreño que harta de este mismo hecho más adelante se convertiría en guionista y crítica de cine.

Después del éxito de Damiana y los hombres, Meche necesitaba reafirmar que su carrera de actriz no era algo efímero ni una casualidad, lo que demostró de la mano del director Rogelio A. González con quien filma La sangre enemiga (1971), en la que Meche interpreta a una mujer ciega que acompaña a una banda de fenómenos en un circo a lo largo de la República Mexicana. El filme es desgarrador y expone la miseria y la misoginia del país a través del personaje de Carreño, maltratado por la mayoría de los personajes fenómenos, siendo también una víctima de abuso, Carreño maneja su personaje con una empatía que raya en la ignorancia. Ciega a cualquier tipo de abuso o situación en la que se vea involucrada, como si de un corazón de oro se tratara, pero también contrasta al personaje con una sexualidad latente que llega a percibirse de una manera naive.

Cecilia Pezet

Al contrario de lo que Meche Carreño representaba tenemos a Cecilia Pezet, que compartió elenco con Isela Vega en la notable cinta El llanto de la tortuga (1975), de Francisco Del Villar, donde un grupo de jóvenes burgueses por mero aburrimiento desatan sus emociones y pensamientos más oscuros, que van desde anhelos sexuales (una orgia para ser exactos) hasta fantasías violentas (una escena de abuso que involucra un cuchillo de cocina). El filme de naturaleza extrema y violenta es recalcable por el personaje de Pezet, una joven hippie burguesa desinteresada y lujuriosa que hará cualquier cosa para conseguir lo que desea, es aquí donde vemos un paralelismo a como Meche Carreño expresa su sexualidad; mientras que ella es vista desde un punto inocente y adorable, la sexualidad de Cecilia Pezet es feroz e intimidante, ella apropia cada parte de su ser y lo usa por placer de ella misma incluso si su moral es distraída. Este mismo ejemplo es evidente en el filme de culto y reconocido Nunsplotation (filmes violentos y eróticos que tenían a monjas como protagonistas) Satánico pandemónium o La sexorcista (1975), en la que Pezet interpreta a una monja que tiene fantasías con el diablo y al confesárselo al sacerdote del pueblo, este mismo entabla una relación sadomasoquista con ella. En escenas en las que se involucran crucifixiones y juegos masoquistas de corte lésbico acompañados de montajes surrealistas y litros de sangre, Pezet no se muestra sumisa ni vulnerable, sino al contrario, se muestra en control y desafiante de sus más oscuros deseos llegando a extremos siniestros e inhumanos.

 

Otra de las contemporáneas de Pezet fue Luz Elena Ruiz Bejarano (Chihuahua, 1936), mejor conocida como “Lucha Villa”, que es más bien recordada como una gran cantante de rancheras y filmes más blandos de los ochenta. Hubo una época en la que Villa era actriz de cine negro colaborando con grandes maestros del género, como Arturo Ripstein o Luis Alcoriza. Se reconoce su papel en el clásico contemporáneo Mecánica Nacional (1972) de Luis Alcoriza, drama de corte novelesco donde la tragedia alude a una sátira del panorama social de la época, Villa interpreta a Isabel la hija menor, pero en gran medida la matriarca de la familia. Es esta misma intensidad y posicionamiento masculino que definió tanto sus interpretaciones en la década de los setenta, su punto cumbre como actriz llegó con el filme dramático y de temática LGBT: El lugar sin límites (1975) de Arturo Ripstein, en la que Villa interpreta una vez más el personaje de matriarca de una comunidad, pero esta vez de trabajadoras sexuales. El personaje excede erotismo, pero sobre todo una latente virilidad, esta misma virilidad define al personaje de Villa, siendo la cabeza y también los cimientos emocionales de les diferentes trabajadores sexuales, es tratada por los hombres de la cantina como un objeto, pero la cualidad está en cómo desenvuelve el papel de padre que hasta hace frente a los más machos de la cantina si es necesario para proteger a aquellos que ama.

Lucha Villa

Hipocresía nacional 

No está de más decir que la época de los setenta en México objetivaba y denigraba a sus actrices, pues, a pesar de la liberación cultural y sexual que se vivía en el momento, estas mujeres pudieron haber sido objeto de las pasiones e ideologías machistas de los hombres, pero de alguna u otra manera en cada una de sus interpretaciones liberaron un género ajeno a México en años anteriores, un tipo de cine de vanguardia caracterizado por su violencia y libertad sexual. Estas mujeres dieron voces a su propia libertad sexual en cada uno de sus papeles, cada una tenía su voz al momento de interpretar personajes, la etiqueta de sex symbol es vaga e injusta para definir a estas mujeres sólo por el hecho del destape cultural, su habilidad y sensibilidad de crear personajes con características sexuales tal vez haya sido lo que las haya objetivado, pero siempre queda el hecho de que ellas dieron su voz a su manera y lucharon por cada una de sus ambiciones y creencias artísticas en un momento en el que el cine mexicano estaba en su auge moderno. Muchas de las actrices mencionadas (a excepción de Isela Vega) fueron olvidadas con el tiempo y relegadas a “productos de su época”, sin embargo, difiero de la opinión a relegarlas con ese único papel, pues los filmes que estas mujeres protagonizaron son dignos de cualquier propuesta anglosajona en concepto y ejecución, son controversiales y explícitos en los temas que presentan pero en ningún momento son débiles ni forzados, se perciben como dignos filmes de género y mucho de ellos se debe a sus protagonistas. Se han olvidado estas producciones nacionales, mientras que a nivel internacional se sigue hablando de éstas como “cine de culto” (las ediciones 4K de Quiero la cabeza de Alfredo García y Satánico Pandemónium de parte de la distribuidora británica Arrow Video dice lo mucho que estos filmes son alabados de manera internacional) o las críticas y ovaciones internacionales del trabajo de Arturo Ripstein. También podríamos poner las películas de Meche Carreño como un estilo “proto” Lars Von Trier por el exceso de tortura por el que sus personajes tenían que pasar. Podemos asumir que las mujeres ya mencionadas crean y hacen el filme lo que son piezas de culto de un momento en la historia en la que México no tenía miedo a experimentar por el amor al arte.

Satánico Pandemonium

Las damas del cine negro nacional